Los ruidos se levantan temprano y taladran la puerta de los cuartos,
son un pájaro en los hombros del sol que sueltan melodías y
como péndulos nos conducen al matadero de las teclas de un piano
que un misterioso músico ejecuta.
A veces emergen del polvo que exclamamos mientras dormimos,
mientras el vecino sueña que se desploma La Estatua de la Libertad.
Los ruidos tienen su propia partitura que por milenios ha estado en presentación
y que acompaña al solo de la luna y el sol en el escenario eterno.
Emergen de la tierra disfrazados de dulces melodías,
sus atavíos son máscaras que ocultan nuestra sordera interior
donde nacen, se reproducen y mueren para después renacer en las
entrañas de otros.
Van y vienen en la marcha fúnebre de un ejército de soldaditos de plomo
que se funden en el silecion de la noche y en la mañana son un ejército de pájaros de fuego
que emergen del plomo.
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