Con las redes de tus besos me atrapaste en el aire
siendo yo un pez enredado en sus telas azules.
Me había alimentado el viento con sus alas, a mí, huérfana del mar
y mis ojos de espuma cedieron a tu anzuelo y al flechazo de tu arpón.
Al ceder abrazar las redes de mi encierro te pesqué,
pero perdí los pies de coral que sabían recorrer a ciegas los caminos del océano
y fui contigo a la pecera de tu soledad, a los ríos que recorren tus paredes,
y te conté día y noche las historias de los peces.
Poco a poco nos hemos vuelto como los personajes de los mitos
morando en las profundidades sin escuchar el eco de las crestas del sol.
Estamos sumergidos en el mar, nos miramos en el tiempo de una estrella.
El tiempo es un anciano que con las agujas de su bastón teje caminos y muros entre nuestras miradas
y con su aliento corrompido empaña el cristal de mi pecera.
Distancias de agua, un silencio de burbujas nos recorre,
te observo desde el escritorio, soy testigo de tu cama de tu cama sostenida por las algas
que libera la noche de su boca cuando escupe al mar negro de peces luminosos
que rara vez se mueven hacia el blanco corazón de su océano .
Distancias de rocas, orillas y horizontes,
hay una pestaña que no puede caer en la otra orilla de tus ojos
porque el aire la cede gustoso a las tormentas del destino.
Trenzo sueños alrededor de un castillo de corales
donde las sombras de mis ancestros peces pregonan mis deseos.
Traspaso tu sopor, escamas y piel se engendran y sólo así nos sentimos respirar en el vacío.
Nos volvemos tan cercanos que mis ojos se estrellan con el cristal de tu rostro.
Tu corazón cae en mi acuario, laberinto de rocas que lo echa a andar,
maquina de burbujas es mi hi hogar de orfeones rocosos
por donde corre tu espumosa sangre que me devuelve la embriaguez de mi mar de aires.
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