Una larga etapa de guerras internas que habían sumido al país había llegado a su fin. La economía se estaba recuperando a pasos agigantados y se habían logrado avances en otros campos, sobre todo en la medicina. En la ciudad se comenzó a realizar con éxito una serie de transplantes, aunque los prejuicios de la época hacía que los donantes escasearan y el rumor era que se recurría a veces al tráfico de órganos, algo impensable para las buenas conciencias.
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La calle de Victoria era una de varias que se caracterizaban por la belleza de sus construcciones, la mayoría de estilo neoclásico francés, cada una compitiendo con la otra, ostentando la mejor fachada. Portones, herrerías, frontones, ventanas, balconerías, todos elementos que hacían la delicia de los paseantes o flâneurs, como se les designaba, acorde a los gustos de la época.
Con todo, la casa localizada en el cruce con Auza superaba en detalles al resto, incluso la peculiaridad de que su esquina no formaba un ángulo recto. Si se observaba a detalle, también exhibía ventanas de varios tamaños y estilos, con ligeras variaciones, no así para el ojo avezado. Aunque la casa lucía descuidada sus méritos arquitectónicos estaban a la vista.
En la ciudad se comentaba el hecho que estas ventanas exhibían sus persianas casi siempre cerradas, sin importar las condiciones del clima ni la hora, a veces entreabiertas pero nunca por completo, como si alguien resguardara algún secreto.
De sus moradores poco se sabía, salvo que era un matrimonio de avanzada edad y dos hijos varones, ya mayores. Recelosos, ariscos y reservados y que preferían la vida nocturna a dejar verse de día.
Fue un grupo de niños, quienes después de mucho observar, se dieron cuenta que cuando esta familia tenía visitantes, las persianas se mantenían cerradas. Eran ocasiones en las que una larga procesión de elegantes carruajes se daba cita en el lugar. Cuando eran pocos los concurrentes las ventanas lucían casi abiertas. En veces entraba un vehículo de aspecto tétrico y ora las persianas se mantenían cerradas, ora abiertas, en una secuencia pausada y rítmica.
La rutina era diaria y solo los pequeños le daban importancia.
Al cabo de algún tiempo los periódicos daban cuenta de una serie de desapariciones de personas, especialmente niños, que principalmente provenían de los barrios bajos situados mas allá del río. Se llegaron a manejar algunas teorías pero al final todo quedó en el silencio, como si hubiera una orden dictada desde arriba para que no se indagara más.
La vida transcurría hasta que las desapariciones se hicieron evidentes en el lado rico. El clamor subió en intensidad. Las investigaciones se hicieron más incisivas cada vez, presumiblemente se estaba cercando a los sospechosos, pero al parecer no pasaba de ser solo una corazonada por parte de la policía. El caos se quería adueñar de la ciudad.
Desde la capital llegaron órdenes estrictas. No se iba a permitir que la paz se viera comprometida de nuevo y los esfuerzos se renovaron con mayor intensidad.
A la mañana siguiente, todas las ventanas de la casa ubicada en Victoria y Auza estaban abiertas de par en par.
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