Las Ruinas, cementerios de proezas,
tumbas donde donde yacen las voces sin memoria de los primeros hijos del tiempo.
Rocas de ecos en el que los pasos de la humanidad se han petrificado.
Multitud de estatuas silenciadas que buscan en el mutismo sus restos perdidos.
Altar donde el día y la noche, gemelos de la etenernidad, juegan a corretearse.
Ruinas del pensamiento, del primer lenguaje,
hojas de árboles donde Dios escribió los inicios e historias personales,
monumentos de las constelaciones edificados en el polvo
en el que se amontonan torres que nosostros en sonabulismo levantamos.
Templos de dioses soñados en las rocas del insomnio.
Todo agoniza en las piedras a las que les dimos rostros
y después destruimos sin piedad extrayendoles el alma.
La tierra de las ruinas corre por nuestra sangre,
es el ADN de la destrucción, insalvable en los ojos que al cerrarlos
se ensimisman en la noche, en los ojos que al morir retroceden
cual relojes sin piernas al nacimiento del tiempo.
Las fortalezas del nuestros cuerpos se estremecen a la caricia del cincel que empuñamos,
la destrucción de los días ruinosos se atempone a la nueva creación de palabras, futuras ruinas difuntas
y todo estaría vacío de venas y arterias en el esqueleto de los escombros
si no fuera por las flores que laten bajo la tierra impulsando sus ramas hasta los brazos de la luz.
Ellas desafían al silencio con el estruendo de sus pétalos, se abren a la lluvia de la vida,
traspasan la piel de los desiertos y sus colores son en la noche huellas
para que a la luna no se le olvide transitar la soledad de los vestigios.
Impactos: 3