Silenciosas son las lágrimas por ti, con un silencio atestado de pasado,
silenciosas aves acorraladas por el dolor que una vez tras su muerte ,
instituyen sus almas como piedras que ruedan por el invisible camino de los sueños y la luna.
Pálidas y luminosas y silenciosas, estrellas sedientas por resguardase en el origen de tus ojos,
en las explosiones de miradas que les dieron vida.
Pálidas como muertos, luminosas como señales de arroyos que claman por su extinción,
caen en el regazo de la noche protegidas por su mano con aroma de luz desterreda
que protege a los avergozados.
Caen en el aro incandescente de fuego blanco, en el atajo que se abre en las tinieblas,
y ruedan por el llameante camino como piedras.
Chocan, estallan en mi rostro tan de luna, tan cambiante, y mentiroso
con muros infinitos para ocultar la fuente deshecha.
Chocan, estallan y de sus ligeras y trasparentes plumas en las que puedo contemplar la historia de mi dolor,
de sus lamentos libres a través de ojo de la noche, de su gotera indefenida, emergen ciertos alivios
que se establecen como pequeños cosmonautas tornasolados en los sueños,
exploradores de reencuentros, de memorias y visiones tejidas con el protector hilo del silencio;
y entre escombros, como seres que se petrifican en la luna, se vuelven vestigios del llanto,
huellas de la lluvia después de que se ha marchado, un espejo desnudo sobre el que puedo leer la historia de mis
penas, mis amores y mis odios.
Todos tenemos un lugar en el que han quedado grabados los códices de nuestro desaliento.
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