Camino a lo largo de la playa hasta llegar ahí, el mar está agitado y la brisa parece empujarme a ese lugar: el mismo lugar donde había estado hace ocho años. Mi cabello está completamente húmedo, igual que mis pies y mis mejillas; tengo mis ojos hinchados de tanto llorar y una sensación de naúsea, la misma sensación que tuve ayer; una impotencia y una tristeza tan profundas que no se si algún día se irán de mi vida.
Llego a la roca, no puedo acercarme mucho porque las olas la cubren completamente, pero me detengo frente a ella, quiero mirarla de la misma forma que la miré ese día cuando junto con Ara y Lily intentamos subir a ella. Recuerdo que tardamos bastante en lograrlo porque la marea no lo permitía, reíamos a carcajadas hasta que finalmente logramos subirnos. Tú nos tomaste una foto, te quedó clara y muy bonita; ese día llevabas un vestido azul y una gorra de palma, lo recuerdo muy bien, lucias bastante singular para estar en una playa nudista, igual que Ara, Lily y yo que vestíamos shorts y playeras de acuerdo a tus instrucciones. Fue muy divertido, nunca olvidaré esa anécdota junto a ti.
Escucho las olas golpear la roca con mucha fuerza, igual que la tristeza golpea mi corazón; mantengo mis ojos cerrados; permanezco de rodillas e intento mirar tu rostro y escucharte, pero solo escucho la marea, las olas que golpean la roca fuertemente sin moverla, el mar embravecido, es lo único que puedo escuchar.
Ayer aún te tenía, aún podía verte sonreir, hoy estoy frente a esta roca, que no se mueve, que no me habla, que no sonríe y que es golpeada por las olas una y otra vez. Esta noche quiero quedarme frente a ella, observándola, escuchando a mi propia tristeza, esperando que la marea baje, y que al igual que la roca yo también pueda permanecer firme y fuerte.
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