Se detiene, toma un respiro, ese último aliento del día
que ya se disipa en las madrigueras sin vestigios de luz.
Observa su sombra sobre la página en blanco,
que claridad tiene como una manta de piel de luna
para iluminar los sueños más oscuros.
Se detiene, aunque ya sólo queden sobras del canto de los pájaros,
del reptar de las lagartijas, y el grillo esté afinando al silencio.
Toma un respiro para salvar la tinta dorada del sol ya casi seca en las hojas.
Entonces marcha casi a oscuras con la intención de escribir un nuevo poema,
la pluma.
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