La mujer de los binoculares

Hay una mujer de ojos miel en una ventana mirando por unos binoculares a las ventanas de otros  y un joven que escribe en una máquina resplandeciente que lo conecta al mundo a cambio de un poco de vista y un poco  de soledad. Jamás se han visto, y no creo que alguna vez lo hagan pues su  ciudad es una ciudad tumultuosa que encierra a cada uno en su propia rutina, lejos de los demás. Sólos y sin conocerse, ambos tomaron la decisión de dejarse crecer el pelo hacía más de tres años.

Ahora ella baja los binoculares  y lanza un suspiro que él trata de inmortalizar en un verso. Él ve  un resplandor  en dos fuentes y la luna y trata de evocar lo que siente, pero un pensamiento oscuro proveniente de su laberinto se estrella en su pecho y sintiéndose indigno de un “delete” borra todo lo que había escrito. Un poema que acariciaba ya las cinco mil doscientas palabras, comenzaba a verse  épico, razón por la cual me interesé en él, pero llegué justo en el momento en el que apretó esa tecla supresora y no alcancé a leer ni un sólo verso.  Ahora él se levanta y va por su pipa. Entonces ella  lo imagina cómo un soñador pero un animal en la cama; aprieta sus muslos y vuelve a mirar por los binoculares cómo buscando algo, no se qué, quizá lo busque a él.

Pero  es imposible que lo encuentre porque él está en su estudio, lejos de la ventana, tratando de escribir un relato que ella jamás leerá porque ella prefiere las escenas mudas  que  ve a través de sus ojos de largo alcance: familias compartiendo, amigos en fiesta o parejas fornicando.

Para él, ella es sólo un ejercicio en que ha trabajado por semanas y no cree que ni  ella ni sus binoculares ni sus ojos miel puedan existir así que siente que es demasiado infantil correr y  buscarla en alguna ventana.  Y ese sentimiento es lo que le impide al narrador de esta historia darle  una salida corta y me hace pensar que yo estoy escribiendo acerca de dos amantes que se buscan pero que quizá están destinados a no encontrarse. Porque  ¿que busca él en ella que no encuentre en cualquier otra mujer? Cómo la que ahora  toca la puerta y a la que llamaré Susana

-Pero Lucas no te has arreglado!
-He estado ocupado
-Te estuve llamando, pudiste llamarme…
– He estado escribiendo
-Ah ¿si?
Y Lucas recibe un beso  en los labios frente a un cursor  que parpadea anhelante por describirla a ella en una frase que ya  no podrá ser escrita   porque las palabras también son cómo ciudades tumultuosas y confusas en las que te puedes perder con cualquier descuido.

-Ponte la corbata que te regalé y vámonos ya, mis papás están esperándonos.
Lucas accede y se viste rápido. En cuanto acabe esta línea ya estarán entrando en la sala de la casa de los papás de Susana y ella lo irá presentando con cada uno de los invitados.

Mientras, la mujer de los binoculares (cuyo nombre se me antoja algo un tanto exótico pero no tanto, algo así cómo Arella), se detiene en una escena que tiene  una docena de personas, todas conversando entre sí, excepto un hombre de pelo largo recogido en coleta y con tremenda barba quien lanza un suspiro y ha puesto su mirada  en un punto fijo, perdido.  Ajusta la nitidez de esos ojos  de buho artificiales, trata de penetrar en su mirada y  a punto de hacerlo una mano ajena le acaricia suavemente la barba  y agarrándola con los dedos se lleva su boca a la suya. Entonces él cierra los ojos, pero ella se da cuenta de que inmediatamente los abre.

– ¿Te ves muy distante, sonrie, no te estás divirtiendo?
-Es que me quedé pensando en lo que estaba escribiendo.
– Tu siempre pensando en escribir. Ya relájate, no pasa nada si no escribes hoy.
Lucas lanza un suspiro y siente unas seductoras  ganas de asomarse por la ventana con la esperanza de encontrarla a ella, más alguién, en la sala hace que se centren en él todas las miradas. Lucas sonrié cortés y flota entre los invitados, sin mezclarse ni fundirse con ninguno de ellos hasta muy entrada la noche. Para entonces Lucas ya está un tanto ebrio y ha dejado atrás esa ilusión infantil de correr al balcón y encontrarse con una mujer que él mismo ha estado creando  durante semanas. Los invitados hombres y mujeres de mediana edad, todos llenos de vida,  siguen saciando su sed de vino tinto. Susana aprovecha el ensimismamiento colectivo y se lo lleva a su recamara. Las pupilas color miel,  de Arella los siguen.

-Me gusta hacerlo en las ventana con las cortinas abiertas. Le susurra Susana al oído. Lucas duda un momento pero no le importa obedecerla y a ella no le importa ver desde sus binoculares a otra pareja  contra la ventana. No quiere ver al principio, pero las intensas expresiones de  placer de Susana la cautivan y le arrancan un jadeo. La punta de su lengua recorre con avidez sus labios y  “más rápido mi vida, que así me gusta.”, subtítulo qué ella le pone a esa escena muda que ve a la distancia, donde Susana restriega sus pechos contra el vidrio   a cada embestida que recibe de un desconocido al que por la oscuridad ella no alcanza a ver.

Pero a Susana si que la ve y se da cuenta que todas las mujeres que había visto con sus binoculares, ella era la mujer que más disfrutaba. A cada embestida, a cada mueca, a cada segundo que esa -su otro yo-  mantenía los ojos en blanco, los lentes de los binoculares se interesaban más y más por descubrir el rostro de la sombra que se movía taladrante detrás de Susana.

– “Más rápido mi vida, que así me gusta”- La mujer de los binoculares jadea de nuevo.

Susana duerme y ronronea. preocupada por su estado etílico se ofreció a regresarlo a su casa, total sus papás estarían más pedos que él y no se acordarían de ella hasta mañana pasado el medio día. Lucas vuelve a mirar  la pantalla de su laptop. Es difícil  escribir sobre una mujer imaginaria después de coger con una real.  Las ideas y los planos se entre mezclan, pero aún así siento  ganas de descubrir más acerca de la historia de la mujer de los binoculares quien después de ver el rostro de deleite de una mujer viniéndose contra la ventana  ha prendido el último cigarro que le queda y se da cuenta que ya casi es hora, así que se lo termina con ansias, recoge sus binoculares y se prepara para ir por una cajetilla antes de regresar a su propio plano de realidad.

Entonces a Lucas se le antoja  fumar y también se da cuenta que ya no hay cigarros. Ambos se suben a sus respectivos elevadores y salen de su respectivos edificios con la misma intención.  Pero entonces el narrador se da cuenta de  lo estúpido que  es enlazar a estos dos personajes mediante una intención tan dañina cómo  fumar, (yo mismo estoy tratando de dejar ese vicio). Más conectarlos es lo de menos, (basta con decir que siendo dos seres tan distraídos se olvidan del cigarro y encaminan sus pasos hacia el mismo lugar, el parque) pero ¿cómo hacer que se reconozcan? ?¿Cómo evocar en ellos eso que sucede cuando dos se reconocen? ¿Cómo decir lo que no se dice a través de las palabras? Calla, silencio. Ahora Lucas ya está sentado en el parque justo donde se supone que el destino de mi pluma la iba a colocar a ella. Pero ahora ella esta de regreso a su casa recibiendo empujones constantes con el hombro por la espalda. Y a Lucas  no le queda nada más que sus suspiros y sus ataques de extrañamiento.

Había estado tan cerca de imaginársela  en su totalidad que estuvo a punto de aparecérsele ahí en el parque, por obra de mi pluma, pero había algo que no le permitía verla por completo, algo que me hizo no conectarlos. Entonces me doy cuenta que no tengo mucho tiempo para ahondar en sus pensamientos pues Susana se despierta, y como gatita se acerca a husmear en los borradores que imprimió Lucas y conforme va desgajando párrafo tras párrafo, página por página siente una ráfaga  de rabia y celos hirviendo en sus entrañas.

Lucas llega y con desgana abre la puerta de su departamento. Susana se le avienta con reclamos: ¿Quien es la tal Arella? le dice mientras lo golpea con las hojas de papel y ¿por esto siempre andas queriendo estar en la computadora?  Lucas parece más divertido que preocupado, pues  está seguro que ni aquellos ojos miel ni aquellos binoculares existen.

-¿Porque nunca mencionas algo de mi en tu “disque” literatura? Sólo me quieres para coger”. Para él es un halago que Susana se haya puesto celosa de un personaje completamente sacado de su imaginación. Entre más furiosa se pone ella  más satisfecho se siente. Pero Susana no lo soporta, no esa actitud que le parece burlona y  estalla en cólera  y le avienta lo primero que encuentra a su alcance.

Lucas esquiva el proyectil y no explica nada, sólo se limita a recoger las hojas y acomodarse la chamarra. ¿Cómo hacerle entender a Susana que ella es un personaje completamente ficticio cuando por unos momentos él mismo la ha sentido tan real? De pronto la  realidad irrumpe el silencio.

El escritor de este texto se da cuenta que el narrador que recorre por sus venas trata de encontrar una salida quizá metafórica, quizá metadiegética,  quizá incluso hasta poética pues es la su manera favorita de salirse de las vías  a veces demasiado estrechas del significado y adentrarse en el terreno lleno de posibilidades de la fe. Por mi parte espero que Arelle y Lucas se encuentren algún día si no es a través de las palabras en este texto que mejor que a través de la imaginación y creatividad infinita de quien me prestó su preciada atención hasta aquí.

 

 

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