Adentrose un rayo de luna en mi corazón sin el permiso de la noche
y se hizo prisionero de mi oscuridad y depués ave a la que se le hace viejo el canto llamando al día.
Su dolor es prolongado y se extenúa al pedir el rescate de las estrellas con una cuerda de luz.
Su penar no es por dormir en los brazos de la soledad,
más es porque se le acaban las notas para entretener la antesala del niño sol
al que el público del alma espera para escuchar su sinfonía.
Llora mucho de pesar el pájaro y su llanto es un reloj colgado del cuello de la madrugada.
Se despoja de sus plumas y escribe sobre su cuerpo desnudo el canto eterno que proclama:
El día no existe sino es siempre la noche disfrazada de nubes y azules que reciben a la vida
y a sus luces perdidas en la fuente de sus manos.
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