Para todas las mujeres, mis amigas y hermanas
¿Qué tiene la luna que cada mes corre por los bosques con su rojo?
¿Qué tiene que huye como un venado para internarse en el mural del paisaje
que antes sólo contemplaba en silencio?
El cielo la observa escapar mientras el bosque se alumbra,
y es que es flecha de fuego que busca de la tierra su pecho
y nada puede él hacer para regresarla a sus brazos.
Huye la luna y se pierde junto a su piel de roja ciruela,
entre las manos pálidas del monte, huye.
Huye mientras se esconde en las hojas
Huye ¿de la noche, su hogar, o es qué busca su trono perdido en la tierra?
Su rostro se trasforma a medida que se interna en el himen oscuro de la floresta,
se asusta, se contrae y los animales la ven a medias mientras brilla en la oscurdidad
como una luz bebé que enredada en su capitel muestra sólo la mollera.
Su pelaje deja rojo el rastro sobre la hierba que como gotas de sangre los jaguares detectan
Venado ¡huye, huye que ya viene el cazador a estirparte el corazón vivo de sangre!
¡Huyes, huyes venado de ojos semillas de la noche, no dejes que el cazador prive al cielo de su reina.
Venado fugitivo y acorralado por un reino que no conoces,
prófugo de ti mismo, pelaje antes blanco y luminoso ahora presa de las flechas,
miradas de las espesura de animales sin consciencia de que es la luna la que huye
unos días cada mes.
Huyes de la fauna celeste dejando rodar de flores la corona.
¿Qué tienes niña blanca que comes sin parar y dejas sombras de pan rojo sobre el camino y las sobras?
¿Será entonces que estás herida y te escondes en la rosa o en los ahogados ramajes del lago?
Sacas de su corazón piedras de sangre, eternas piedras de una herida
¿Serán las lanzas de las estrellas que te hace andar y sufrir tanto martirio por huir ?
¿ Serán los maleficios de las brujas que buscan alimentos para sus calderos?
¡Ay luna roja, luna crucificada en la sombra de los árboles!
el cielo te socorre con una escalera de luces y tú regresas a casa,
desde allí cada mes unos días te derramas en sangre,
grito eterno de tus heridas por haber osado huir del reino de tu origen.
No llores blanco venado de las alturas, dame tus ojos para hacerlos mi collar de cintura ,
¡Ya no derrames la lluvia de tus labios, la sangre no está perdida;
cada una de tus gotas la mujer guarda en sus áforas plateadas
para darle de beber a la tierra cada mes unos días,
para emborracharle la pena.
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