Huyamos amor mío de este mundo
exiliado del cielo por los astros
de la muerte que tritura utopias como peces
con su dentadura de océano,
de esta tierra que va sobre un carro de fantasmas
y da a luz árboles heridos.
Ahora que tenemos la mitad del corazón en un ojo
y el otro ojo en el corazón,
ahora que la sombra de la pasión nos custodia.
Vayamos por el camino de fuego que el sentir prende en la oscuridad,
¡que el delirio sabe ser bastón de árbol, hoja y nube
para conducirnos cual ángeles hacia al sitio correcto!
Alejémonos de los castillos de sermones donde el alma
erra entre paredes sin memorias
¡Pues hay que olvidar lo edificado en polvo,
con diamantes de arena y palabras de roca.
Ahora que los pies están rociados por la lluvia de la conmoción,
y la piel con la sangre de los sentimientos,
dejemos al latir de la vida que retumba en nuestros pechos
hacerse fuerte e imposible de callar por las letanías de los otros.
Que la savia vital nos conduzca por el mar en llamas
a un horizonte de cuevas,
donde aun el eco del espíritu se escucha.
Todo antes de que la muerte como residuos de peces
nos lleve hacia las orillas de su noche.
Como Adán y Eva huyamos de los jardines del hombre,
con sus ansias en los oídos,
que sí la brasa de las olas nos deja llegar al confín
quedarán plantados otra vez los frutos del comienzo,
huyamos sobre las sábanas del amor
que el delirio sabe ser nave de árbol, de hoja, y de nube
para conducirnos al sitio perfecto.
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