La huella en la arena es herida del tiempo,
eco del tiempo, canto del tiempo, nota en el pentagrama del tiempo.
Cabellos del aire que llena al mundo con sus pisadas y deja su tinta
en el cuerpo tatuado de la historia.
La huella casi imperceptible para la multitud nunca es olvido para aquel que conoció su pie
y su oído saboreó el golpeteo de sus pasos.
La huella nunca es olvido en los incontables áticos del amor, en el polvo incontable del desván
del corazón.
Las marcas en la arena del mundo de arena, grabado de pies que hoy son huesos,
braman desde sus sombras los frutos que sembraron, las semillas de sonidos en los jardines del mar.
De esas huellas crece el árbol de ramas de recuerdos y es dulce consuelo para aquel que bebe
de sus frutos de soledad.
De esas huellas emerge el fantasma que ilumina las noches
cuando las lágrimas gotean en el tanque del silencio.
Huellas que fueron frutos, hoy son rocas, estatuas de la tierra,
monumentos para vestir la piel del mundo.
Y llora el planeta, llora su manto de aguas y rocas y polvo
de los pasos de esos pies que dejaron sus heridas.
Huellas que son rocas y al chocar vociferan sonidos de fuego y espectros de la oscuridad.
La huella en la arena, dolor y sombra de los pasos de alguien,
eco de alguien, canto de alguien, nota en el pentagrama de alguien.
Cabellos de la memoria disueltos por el mundo,
ojo oculto de la tierra que se aglomera de lágrimas del mar y el silencio del pez
y la soledad del coral, herida en el cuerpo de la arena, recuerdo de su soledad
que el mar acaricia con sus dedos temblorosos.
Huella, herida y ausencia, sombra de pies sileciosos para la multitud,
nunca olvido para aquel que caminó y danzó con ella en los caminos inciertos de la arena.
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