“En memoria de mi tío Andres Vilariño Ayala, quién me enseño a amar las letras, estoy segura que se hubiera reído un poco con esta historia”
La pobreza es una peste que más temprano que tarde te destruye, pero todavía su olor se puede soportar. Lo que sí es intolerable es el hambre, su putrefacción termina por contaminar lo más noble de ti. El hambre tiene dos caras, las dos son espantosas, ella no te da opciones; la primera es la que dirige todas tus neuronas hacia el estómago. Cuando te toca ver esa cara, no puedes pensar en otra cosa que no sea comida, cualquier cosa se convierte en algo que se puede ingerir el mundo es un pedazo de bistec, cuando estas mirando ese rostro; la otra cara pertenece a un lado más sublime, es la que te separa del cuerpo, de los crujidos del estómago y te introduce en un mundo de fantasías. Ya no estás más en la realidad, simplemente el hambre te desconecta de tu cuerpo para meterte en una ficción. Yo ví ambas caras, aunque conocí más a la segunda.
Siempre sufrimos por el plato de comida, vivíamos persiguiéndolo y parecía que le salían patas de correcaminos. Constantemente se nos escurría, pero sobrellevábamos la existencia gracias a la manutención del tío Angustio. El hombre logró un milagro: vivir de sus novelitas de amor. Siempre fue alguien que se supo desenvolver muy bien entre las mujeres ricas e insatisfechas en la cama, así que le financiaban sus más locos deseos. Con el dinero de cada una de sus mujeres, compró una editorial con la cual publicaba las historietas de esas ricachonas frustradas en el amor lo que le dió de comer durante toda su vida y pudo compartirnos un poco de sus ganancias, que entre mis hermanos y yo se volvían prácticamente nulas.
Así nos mantuvimos por muchos años, peleándonos por los centavos que caían en nuestros bolsillos, provenientes de la mano generosa de nuestro tío (único hermano de nuestra madre) ya que ninguno de sus sobrinos (incluyéndome) parecían tener sus talentos para sacar provecho de las situaciones. Pero como todo en la vida tiene que terminar y esa es una ley inquebrantable, el gran tío llegó a su final.
El día de la noticia de su muerte fue espantoso, llovía a cántaros , las calles se inundaban de una forma impresionante, los relámpagos a lo lejos parecían pronosticar nuestra destrucción. Nuestro mundo se derrumbaba de súbito, no había una aparente salida, ahora tendríamos que adentrarnos en el hambre de lleno sin más opción que mirarla de frente.
En su funeral había una hilera casi interminable de mujeres, de todas las edades, colores, tamaños y olores, la mayoría de alta posición económica, lo que se notaba por sus fragancias exquisitas y sus vestidos de seda. Todas lloraban por su partida, pues el tío Angustio sólo tenía 50 años y “estaba en su edad sexy”, según decían ellas.
Todas parecían llevarse muy bien a pesar de que cada una representaba una competencia sexual para la otra. Recuerdo a una en particular, era una mujer muy joven, como de unos 28 años, delgada y rubia. No era hermosa pero había algo de gracia en su rostro infantil que la volvía irresistible para el sexo opuesto. En un arrebato, se lanzó sobre el ataúd de mi tío y sin que pudieramos hacer nada lo abrió dirigida por una pasión incontrolable. Tanto se retorcía de dolor que entre todos nos pudimos controlarla. Terminó por sacarlo de la caja, lo abrazó desesperadamente como queriendo extraerle el último olor de vida y por último se dirigió a sus genitales frotándolos con gran frenesí. Estoy completamente segura que si no la frenamos a tiempo lo hubiera desnudado y quien sabe que más hubiera pasado.
Mi madre no paraba de llorar, no podía concebir la idea de que mi tío había muerto de un infarto dejándonos en la miseria, lo único que nos deparaba el destino era la pobreza total. Mis diez hermanos estaban igual de desesperados pero no lo demostraban, se dedicaban a concentrarse en los preparativos del entierro. Sabíamos que mi tío había dejado una fortuna pero toda estaba en manos de su última amante, Julia, una muchachita de 15 años, muy pobre a la que él le tenía lástima por su delgadez y que en ese momento se retorcía de dolor por su muerte, envuelta en una gabardina de auténtica piel de leopardo. Lo que si le agradecimos a Julia a pesar de todo, fue que pagara el funeral y la orquesta de música clásica que nuestro tío siempre deseo para su despedida. Ella se había convertido en la heredera de todas sus propiedades hasta donde sabíamos, incluso de su novelita póstuma en la que ella, envuelta por la inspiración del tío Angustio, representaba al personaje principal, una joven de las calles que se enamora de un escritor famoso conduciéndolo al verdadero amor en los últimos meses de su vida.
Yo estaba profundamente inconforme con su aparición en nuestras vidas, sabía que nunca había amado a mi tío sino a su billetera siempre repleta y a su mano misericordiosa con las almas inhumanas. Sabía que mentía aunque no paraba de llorar, estoy segura que para tener la ocasión de sacar su pañuelo de holán fino con él que se limpiaba las mejillas entre sollozos. Maldita ladrona, pensaba, mientras me surgía una gran avaricia en las entrañas.
Después de que logramos separar a la joven de 28 años del cuerpo del difunto usando la fuerza de todos los hombres presentes, la excitación la condujo hacia los cabellos de Julia. Su reacción violenta fue mucho más rápida que nosotros en el intento de calmarla. Cuando vinimos a reaccionar ya Julia estaba sobre el ataúd con la frente llena de sangre, mientras la muchacha desconocida le gritaba.
__”¡Arpía! Él me amo más a mí, pero tú lo embrujaste, ¿crees que te vas a quedar con todo? No será así, él tiene una fortuna en una isla del caribe y esa ¡no será tuya maldita perra!
Al escuchar tales palabras, fue como si un rayo de luz pasara sobre nuestras cabezas iluminando a todos los presentes. Cada uno de los que estábamos ahí vivimos de una u otra forma a costa de la bondad del difunto y ahora algo queríamos sacarle antes de que su memoria se perdiera para siempre en la historia de la humanidad.
Mi madre se levantó eufórica de la silla donde no había parado de llorar y viéndose un poco más rejuvenecida corrió hacia mis hermanos para abrazarlos; yo decidí permanecer afuera de ese círculo emotivo viendo como toda mi familia en un abrazo grupal celebraban su triunfo contra la pobreza, sus rostros bañados en lágrimas no podían ocultar lo siniestro de sus mentes, era evidente que podriamos beneficiarnos de esa fortuna, ni siquiera habría una oportunidad para la joven de 28 años que había tenido la amabilidad de colaborar con aquella importante información.
Pasó el acontecimiento del entierro; todas las mujeres de mi tío lloraron al ver como la caja con aquel miembro que amaron tanto desaparecía bajo tierra, ya no les quedaba más que recordar y deleitarse con las novelas que había escrito sobre sus placeres. Mi familia también lloró, sin embargo estaban más calmados con la idea de ser ricos de una vez por todas. Al día siguiente del sepelio, mis allegados no perdieron ni un minuto. Comenzaron la gestión para reclamar la dichosa herencia que ya se había vuelto el único tema de conversación en la casa.
Eso de la reclamación se volvió una verdadera odisea. Habían demasiadas mujeres implicadas que podían llevarnos ventaja en la reclamación, en vez de pelear contra seres mitológicos, mis hermanos se enfrentaron a esa infinidad de amantes despechadas que decían entre sollozos que la fortuna les pertenecía.
Al final, vencimos, comprobando que éramos los más aptos para cuidar los patrimonios de un hombre al que siempre habíamos amado y por el cual habíamos sido correspondidos en amor. Entonces llegó el gran día de obtener lo reclamado. Toda la familia estaba ansiosa en la sala esperando la llegada del abogado con el paquete. Mi madre se puso su mejor vestido, estaba segura que lo que ocurriría cambiaría nuestras vidas y así fue. Tocaron la puerta, cinco de mis hermanos se arrojaron desesperados al cerrojo, yo solo veía, es lo que siempre hago, observar a la manada pero adentro edifico un plan tras otro. A pesar de que se trabó el cerrojo por tantas manos intentando abrirlo, después de todo, la supuesta salvación a nuestra sobrevivencia se abrió paso a través de la luz de la mañana, inundando la antesala cuando se abrió la puerta.
En el umbral se vislumbró algo que no estaba en los planes, con la claridad del sol vimos la figura de una niña de 12 años mirándonos asombrada. Era extremadamente delgada y pequeña aunque por su mirada pudimos detectar su edad. Se veía sucia y hambrienta, tenía su simpatía pero su aspecto asustadizo provocaba que se esfumaran esos encantos, el vestido que llevaba puesto era tan viejo que al compararlo con el mío me sentí poderosa. El abogado que la acompañaba nos dijo que la niña se llamaba Fortuna y nos informó que esa era la herencia del tío Angustio. Mi madre se desmayó y la mayoría de mis hermanos se desplomaron en el sofá, mientras los otros socorrían a mi mamá, yo no pude hacer más que quedarme muda mirando el rostro de la herencia, esos ojos profundos que parecían esconder muchas palabras.
Cuando mi madre recobró la consciencia, el pequeño legado estaba adentro de la casa y la observaba sentada en una silla. Mi mamá soltó un sollozo largo que todos comprendimos muy bien, nuestra subsistencia estaba arruinada, mi querido tío siempre fue tan excéntrico que incluso después de muerto sus excentricidades seguían causando impacto entre los sobrevivientes con semejante herencia. La niña -casi idéntica a él en algunos gestos- al ver a mi madre hundirse en aquel llanto, extendió su mano mostrando una carta que mi tío nos había dejado. Yo me dispuse a quitársela cuando uno de mis hermanos se me adelantó para arrebatármela. Lo dejé, total, estaba segura que serían solo palabras sentimentales de despedida. Pero mi certeza se derrumbó cuando se leyó en voz alta el escrito. La carta decía:
“Querida familia, sabía que llegaría este momento. Nunca dudé que ustedes lograrían quedarse con lo más preciado de mi vida. Esta niña que ven frente a ustedes es mi máxima fortuna, el tesoro que siempre protegí con recelo, espero la sepan aprovechar, lleva grandes riquezas en su interior. Siempre los amaré. PD: No se les olvide darle publicidad a mis novelas ahora que estoy muerto y no me puedo encargar de esos asuntos.Y saludos a Mariela alias la nalgona, ella fue a la que más disfruté de todas. Siempre los amaré. El tío Angustio.”
Mi madre en vez de sentirse aliviada por el mensaje de su hermano comenzó a llorar mucho más fuerte, hasta que una idea repentina atacó a uno de mis hermanos y dijo:
__ ¿Grandes riquezas en su interior? ¡Madre ya sé lo que significa eso! Recuerda que el tío siempre utilizó metáforas, seguramente tiene oro adentro pues él era muy cuidadoso con sus ahorros.
Esas palabras si animaron a mi mamá pues eran posibles. Sabía quien era su hermano y conocía sus trucos tan bien como los de ella.
La idea de que la niña llevaba riquezas adentro enloqueció a mi familia. A Fortuna, la sometieron durante un año a continuas operaciones en la búsqueda de la quimera de oro; mis hermanos y yo, que por fin había entrado en la aventura con el mismo interés de ellos por el dinero, nos encargábamos de inventar siempre una enfermedad diferente para la pequeña, teníamos que ser muy astutos para que los médicos cayeran en nuestra trampa y se envalentonaran a abrirla, siempre les ofrecíamos mucho dinero a cambio de la operación confiados de que encontraríamos el caudal.
Por supuesto que nunca encontraron nada por más que removieron sus órganos. La nena después del año enfermó seriamente hasta que nos fue imposible continuar con los sueños de riqueza. Después de que habíamos hecho con ella todo lo posible por exprimirla, ya nadie la quería. Mi madre estaba davastada, mis hermanos sin fuerzas para jalar las riendas del plan y yo como siempre, por ser la única mujer de diez hermanos, tuve que pagar los platos rotos.
Todos se pusieron en mi contra, me obligaron a marcharme de la casa con la chiquilla a cuestas, no había espacio para dos bocas como las nuestras y mi madre sabiendo que no tenía ni un peso encima permitió que me expulsaran de la casa alegando que era por el bien de la niña. Según ella, ami lado podría tener un mejor futuro que rodeada por hombres o una anciana decrepita como solía describirse por aquella época. Recuerdo que los odié y prometí vengarme aunque no sabía cómo lo haría.
Me fui de la casa insultada y con aquel bulto indeseable que para mí representaba Fortuna. Sin embargo, un extraño presentimiento me impedía abandonarla. Recorrimos muchas pensiones mientras yo me dedicaba a trabajar día tras día en una fábrica de ropa interior. No me pagaban mal pero complaciendo los gustos de la niña no tenía la oportunidad de pensar en mí. La odiaba también a ella, a todo el planeta, no obstante me desvivía por ella como una madre por su hija, aunque claro, no desaprovechaba el instante de lanzarle una cachetada después de que terminaba de comer y le pasaba desesperadamente la lengua al plato. Ella nunca lloraba, a pesar de que yo buscaba la forma más cruel de herirla diciéndole que me había destruido, que mi vida sin ella era mala pero ahora era un infierno de hambruna, que mis horas nada más me impulsaban, por su culpa, a pensar en cómo iba a satisfacer mi apetito y ni así se inmutaba la condenada.
Justamente así fue como la empecé a amar de tal forma que ya no podía vivir sin ella. Jamás pensé que de un odio tan profundo pudiera surgir un sentimiento tan noble. Llegó la situación en la que mi miserable existencia solamente significaba algo por aquella criatura que esperaba inquieta mi llegada al hogar para que juntas pudiéramos disfrutar de lo que había conseguido en el mercado.
Cuando comíamos conversábamos de los sucesos del día, ese era mi momento favorito porque me sentía escuchada, después le leía una de las novelas del tío Angustio, en las que siempre el protagonista se quedaba con la mujer hermosa desafiando el honor del esposo abandonado. Reíamos porque sabíamos que esos personajes existían y circulaban por ahí, extrañando al héroe que las hacía gritar de placer. En una ocasión nos ahogamos de la risa porque leímos una de las más famosas, en la que la chica principal de la historia era una nalgona exuberante que se enamoraba de un vendedor de papel higiénico, supimos inmediatamente que Angustio hablaba de Mariela, su favorita.
Fueron tan estrepitosas las carcajadas que Fortuna comenzó a llorar. Era la primera vez que lo hacía en su corta vida, al verla me invadió la alegría y el amor, ella también lo pudo sentir, nos abrazamos en un arranque, entretanto sus lágrimas rozaban la piel de mis hombros cayendo a raudales. Entonces sentí que eran duras, frías y afiladas, me sobresalté, miré hacia el colchón asustada por lo que sucedía. Las sábanas estaban saturadas de pequeñas piedrecitas preciosas. No sabía si creer, el hambre te hace alucinar, pensaba yo pues por aquellos días había tenido menos salario y por ende comía menos.
Pero no, ahí, en la palma de mis manos estaban aquellos diamantes exóticos, eran muy diferentes a los que siempre había visto en las fotografías, eran únicos y seguramente más valiosos. Volteé a ver a Fortuna, estaba desfallecida a causa del impacto físico de soltar esas lágrimas tan grandes para sus lagrimales. Corrí hacia el hospital más cercano con la pequeña en brazos, antes de que llegáramos varias veces pensé que la perdería y así fue, la perdí, los médicos no pudieron hacer nada por salvarla, no tenían una explicación real para su muerte pero ahí estaba, inerte frente a mi mirada y yo no podía soportar la culpa, había olvidado completamente que era multimillonaria, en lo único que pensaba era en la pérdida de algo que mi espíritu nunca más volvería a probar.
Cuando salí del hospital me sentía vacía, el ser más pobre de la tierra, no tenía nada adentro de mi corazón, estaba saqueada. Al llegar a la pensión me precipité a recoger los diamantes. Durante muchos días los atesoré sin ninguna ambición de deshacerme de ellos, quería guardarlos para siempre y seguir revolcándome en mi pobreza, en mi hambre. Dejé de comer, solo pensaba en el tío Angustio, me preguntaba cómo había logrado insertar esas piedras en los ojos de Fortuna , lo aborrecía por ese acto inhumano, avaro. Investigué si eso era posible, quizá mi tío se la encontró en la calle siendo una bebé o su semen era capaz de provocar esa anomalía en sus hijos. Me he quedado con todas esas preguntas dándome vueltas en la cabeza a lo largo de mi vida, pues nunca lo sabré, es un secreto que el tío Angustio se llevó a la tumba.
Después de un mes de miseria decidí ir con un joyero a examinar los diamantes, eso me llevó a otros lugares, a otras personas y por último al presidente de la nación que quería tenerlos bajo su poder, a cambio de dárselas le pedí un dineral, ya se imaginaran, no me alcanzará la vida para gastar todo el dinero que tengo en el banco. Obviamente cuando mis hermanos se enteraron de que era millonaria, me buscaron y como lo había prometido me vengué de ellos, los acusé de maltrato a menores mostrando los videos de las operaciones de Fortuna, totalmente injustificadas, gracias a mis influencias poderosas logré tenerlos en la cárcel unos cuantos años; con mi madre no ajusté las cuentas, me dedico a pagarle un asilo de lujo en las afueras de la ciudad porque tanto Fortuna como mi tío así lo hubieran deseado. Actualmente soy extremadamente rica y poderosa, en mi mesa siempre tengo los mejores platillos, pero a diario me hundo en la soledad, en la podredumbre del hambre espiritual que es el peor de todos los apetitos, sin embargo hay algo que me reconforta por la noches antes de irme a dormir entre mis delicadas sábanas y es que conservé uno de los diamantes de Fortuna, donde puedo ver su rostro sonriéndome con tranquilidad y libertad desde un mundo donde se cumplen todos los sueños del tío Angustio.
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