Este relato habla de la vida de doña Celeste Faustina Berruguete; doña Celes para unos, doña Tina para otros y no faltó el malora que a sus espaldas le llamaba doña Celestina.
Doña Celes era una mujer relativamente joven, pero andaba encorvada, cojeaba visiblemente y su cara estaba surcada de profundas arrugas. Todo esto se comprendía ya que desde que era una niña se dedicó a la profesión más vieja del mundo.
Efectivamente, Celes vendía manzanas.
Tienen razón, aunque en la Biblia no se hace mención que Eva vendiera este fruto, ni que tan siquiera fuera manzana, si le vendió al buen Adán la idea de ser un dios con las consecuencias que todos conocemos. Y una de esas fue el trabajo duro, que Celes emprendió cargando enormes cubos repletos de manzanas e ilusiones.
La vida no le sonreía para nada. Primero trabajó para su padre, luego para los vagos que tuvo como esposos y finalmente para los ingratos de sus hijos. Todos la fueron abandonando cuando la mujer no pudo darles lo que deseaban con el fruto de su esfuerzo.
Ya sola, Celes buscó diversificarse y lo mismo vendía pays de manzana que cidras o mermeladas pero sin los pingües beneficios con los que alguna vez soñó.
Un buen día nuestra heroína llegó con su mercancía a un lugar donde trabajaban chicas del buen vivir y el mal decir. No vendía gran cosa pero llegó a entablar una buena relación con todas ellas, quienes la veían como la madre o la abuela que tanto añoraban. Las escuchaba, aconsejaba y la hacía de su paño de lágrimas.
Enfurecía con los tratos que Sempronio Marlopa, el regenteador del lugar, les daba a las chicas y se prometió vengarlas.
Al mismo tiempo aprendió que la venta de sidras era solo negocio de temporada y que la cerveza era lo que daba mejores ganancias, sobre todo en sitios como ese, así que se las agenció para ser representante de conocida marca para el lugar. Una cosa llevó a la otra y de pronto Celes se vio muy inmiscuida en el ambiente, donde se desempeñaba con soltura.
A pesar de no ser de su agrado se había granjeado la amistad del tal Sempronio aunque no olvidaba la promesa que le había hecho a las chicas.
Y un bien día, sin querer, la oportunidad llegó.
El calor era asfixiante y Celes había olvidado unos pays afuera del tugurio. Sempronio estaba con una resaca espantosa, por no decir menos, aparte de que moría de hambre. Al salir y ver el lote de postres los devoró en un santiamén. La fruta que estaba en proceso de fermentación causó reacción con la bebida de malta ingerida. El tipo comenzó a ponerse mal y Celes lo único que pudo hacer fue ofrecerle un vaso de agua fría al bribón.
Entre temblores y convulsiones el tal Sempronio partió pronto a dar cuentas al Señor.
Las chicas, al ver el cadáver idearon pronto la forma de deshacerse de el y tan pronto lo hicieron llamaron a Celes para plantearle una idea. Querían que en adelante ella fuera la que llevara las riendas del negocio.
Celes aplicó varias ideas que tenía en mente y el negocio prosperó hasta ser el más reconocido de la región. Todos los años de pobreza que la mujer vivió se vieron recompensados y su imagen cambió gracias al bisturí.
Aprendió a leer y se encontró con la obra de un tal Fernando de Rojas donde hablaba de una mujer que buscaba la felicidad de sus coterráneos. Curiosamente la mujer se llamaba Celestina, como en alguna ocasión la bautizara el tipo aquel que con el correr de los años resultó ser su mejor parroquiano.
Aunque ahora este gracioso la nombró Chelestina, eso no le incomoda; la cerveza la llevó a las alturas.
Por cierto, sin abandonar esta actividad, Celes retomó el oficio más viejo del mundo…
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