Caminar la calle de la noche es abrir el corazón como el loto que de la misma noche surge
es ser tú mismo estrella en el palpitar de sus raíces colgantes desde el cielo,
es ser estrella y andar el mundo de visita,
es abrir los ojos del alma a la luz de los grillos, hilera de faroles sobre muros que conectan los espacios.
Cuando se camina por la noche se camina por gigantes
las penas se aletargan al andar
los cuerpos y las bombillas retienen el canto de los pájaros en sueño
y la pasión de los insectos por resucitar en una nueva oscuridad.
En las esquinas de la calle con el pecho cerrado reposan apagados los resplandores del día
los sonidos de una cisterna que contiene las aguas del mañana
el arrullo entrecortado de algún perro que presagia en las lejanías la oración de los automóviles rumbo a los refugios.
Todo señala que la calle de la noche es segura
que al doblarla habremos de llegar a la incandescencia oculta de los árboles vigías.
Calle construida con las sobras de un sueño vivo, de criaturas soñadas y henchidas de secretos,
es destino y confirmación que llevamos en la sangre, gotas de luna, herencia de soledad
Caminar la calle nocturna es desandar nuestro propio laberinto
en una esquina nos espera nuestra sombra de Asterión, sombra envejecida
sedienta de andar estrellas al termino del viaje y por ello nos cobija de paredes y edificios
y el espíritu recorre las ventanas , más allá de los marcos palpita y ya nos nombra el corazón de una lámpara.
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