El invierno como el hombre hace su arte
en sus palacios de soledades
en su momento preciso que el siente sempiterno bajo las tempestades del tiempo.
Crea sus blancas alfombras y estancias, de un salón a otro con paredes de hielo y cortinas de copos.
Siempre con el corazón congelado presiente a la primavera, tierra al acecho de sus obras
para enterrarla en las flores.
Bella escultura se hizo en tu año, todos los vientos desembocaron en tus labios
cuando besaste mi pecho de sangre tiesa, y todo su anhelo de luz guió a tus huellas
a través de mi cuerpo de aire
El invierno como el hombre ama en su muerte, se afianza al aliento de los locos del corazón,
y aprende a exponer la belleza de los finales, la virgen palidez del amor antes de fallecer.
Ha de llegar la primavera en su carrera de bestias del rocío liberadas,
ha de inundarme con el aroma de pelaje de pétalos febriles.
Mientras tanto el tiempo contado en copos es como el hilo que no halla el espejo en la aguja.
Besaste mi pecho y en la huella de tus labios iban inscritas las siluetas de las estaciones.
Ni la lluvia, ni la intensidad del sol deshacen mi piel, y arde la marca de tu beso mortal,
revive en incandescentes segundos el murmullo, el gemido, el grito, el silencio.
Fragor de labios, carbón de besos sobre este desierto nevado que soy,
exaltación sentimental del invierno antes de su muerte.
El tiempo, encubierto como el hombre hace su arte, en sus jardines de soledades,
en su preciso momento que el siente sempiterno bajo la capa de escarcha.
Me recrea con mis plumas de cuarzo, como una Venus glacial con el siempre anhelante y congelado corazón.
Han de llegar los pájaros a hacer nido en mi cuerpo, a besarme las venas estáticas,
a agitar o extinguir tus brasas, a borrar tus huellas, a conducirme de vuelta a las entrañas del agua.
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