El tiempo es un vaso donde nadamos como peces,
chocando unos con otros, en el olvido de quienes somos,
de quienes fuimos, humanos, gigantes, dioses.
El tiempo es una cadena de cascabeles que en todos suena
a un ritmo y nos congrega en el centro de las plazas, las ciudades,
las mesas donde luchamos por las migajas del café.
Es una gran plazuela circular, que recorremos
perdiéndonos en ajenos rostros,
nuestros pasos están atornillados,
a los laberintos de horarios, minuteros y segunderos.
El tiempo es aire que transitamos,
el humo del cigarro que se fuma el universo en su eterno descanso
nosotros polvo que aspiran las estrellas para poblar su cementerio.
Nuestros ojos son relojes de agua
que despiden a cada instante los momentos
que sin miedo cruzan el horizonte ,
hacia su inexorable muerte en la boca del sol;
a los besos de polvo que se arrastran en los labios
enterrándose en el aliento, aves imperceptibles
que de día se rehúsan a marcharse de la sombra de los árboles
y al llegar la noche parten al vació de los días,
donde el tiempo es una roca de mar
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