Caben en tu pipa todas las noches que hemos vivido,
todas sus cenizas que hechas humo se esparcen por las paredes
impenetrables de mi cuerpo.
En sus grietas se asientan y se vuelven un museo de voces
marmoreas de todas esas frases
que en el éter se dibujan para siempre.
Caben en los caracoles olvidados en la arena todos los gemidos
que has propulsado en mis venas de cristal,
cabe en las duras heridas de las estrellas todas las promesas
de aceite quemado y los sueños.
Todos los sueños caben en mis cabellos que las agujas de tus
palabras tejen hasta el fin del mundo en ramas y cuerpos
que se ahogan en las entrañas de los recuerdos,
eterna agua que nos calma la sed.
Cabe en tus ojos el firmamento, en su tumba de brisas y espuma
las estrellas que contemplan su propio mausoleo
en las fauces de los peces,
y cabe la luna con su linterna de Dios alumbrando las olas.
Y se celebra el silencio del silencio de la creación.
Caben en mis lágrimas todos los pedazos de universo
que en su afán de recrearlo todo te retienen
en el umbral de sus pupilas y reproducen
tu forma en pequeñas figuras de barro que nuevamente
Dios destruye con una ráfaga de lluvia.
Todo tú cabes en mis ojos, retenido en su prisión de humo
que ya captura a una mariposa que acaba de morir.
Todo tú te diluyes en mi sangre que arrastra cenizas,
y te vuelves un río que pasea latas, botellas con peces
aprisionados, caracoles mudos, arboles recién nacidos
y otros desperdicios que se aferran a un fondo sin tierra.
Sabes desembocar en mis ojos amor mío, en mis tupidos agujeros
hasta estamparte en gotas que regresan al cielo
con alas de humo.
Cabes en el cielo de todos los gritos que me proferiste,
ahí descansas en un fresco que los ángeles restauran.
Cabe cada noche que te posaste en mi frente dentro
de la jaula del tiempo y como un pájaro receloso
de su única canción me amó.
Cabe la sombra del sol en el oro que del mano en mano se
deteriora como un collar de siglos.
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