Nunca había sido ganadora en algún sorteo. Pero, una vez oí mi nombre en uno, que no entendí de que se trataba, hice una mueca de sonrisa y mis padres firmaron de recibido sin consultarme; habría tenido unos 11 años, y solo recuerdo que todos me felicitaron. Cuando al año siguiente me diagnosticaron una enfermedad poco común y mortal, me sentí como si todo el escenario de mi vida cambiara, por dentro y por fuera; escuela, metas, prioridades. Me recluyeron en un hospital, y me sentía como que ese no era mi lugar, pero cuando esporádicamente me iba a casa, me resultaba ese sitio también ajeno. Mis padres no parecían preocupados; me decían que ese estado era temporal, que después de un tiempo, volvería a la vida, toda sana, y que retomaría mis metas y escuela. Unos meses después morí y fui congelada, ¡ese era el premio!
Cuando desperté habían pasado 100 años, era ahora 2155, y esa enfermedad incurable que padecí, ya no lo era más. Yo seguía teniendo 12 años. Un día, simplemente me despertaron, me tuvieron en observación, luego, me dieron ropa de esa época, un poco de dinero, me hicieron firmar unos papeles, y me despidieron en la puerta. Cuando me levante de esa silla de ruedas y caminé a la salida, sentí que ese no era mi lugar, no conocía a nadie, todo era extraño para mí. Fui a una tienda y había tanta gente que no cabía yo; quise comprar una botella de agua, y la máquina ya no tenía ese producto; busqué un lugar donde pasar la noche y no había sitio para mí; ni siquiera pude encontrar un baño. Leí un letrero que decía: “No lo olvides: no hay retorno, a él no le aprovechará, y te harás daño a ti mismo.” Entonces, me senté a llorar en la banqueta de un parque, porque no había bancas, estaban en remodelación. Entendí, entonces, el premio… o, ¿fue un anti premio?
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