Antes se podía oler libertad,
parecía que nunca acabaría;
un día se contrarrestó su olor,
quedó pestilencia, se esparció el odio.
Hay en unas casas, pequeños frascos
donde algunos coleccionan aromas,
de justicia, del derecho a reír,
de cuando la ciudad estaba viva.
Si por las calles se habla de justicia,
se le trata como si fuera un mito,
un cuento para asustar al malvado,
aunque aún es posible oler su presencia.
Los rebeldes se mueven con el viento,
promueven la inhalación de justicia,
le dan a niños que no la conocen,
a los grandes que ya la han olvidado.
Vamos a perfumarnos de esperanza,
con las ropas de niños bromeando,
con tertulias de los amores públicos,
que la fe se nos impregne en la piel.
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