Aliento rancio atorado en el pecho, flor de larva,
ofrenda del tálamo subterráneo a la primavera,
roca de venas, aborto de la tierra, espina de acero de la rosa
en busca de mis dedos inocentes es tu nombre.
Así te llamo, demonio mío, cuando asaltas de mis ojos los vacíos,
cuando el silencio y la holganza invitan a la imaginación a danzar en su ronda.
Es la sombra de mi cuerpo una tumba para ti, tu imagen viva se levanta
y mi sangre se vierte en la muerte de tu rosal para revivir y revivirte una vez más.
Torrente de imágenes desgastadas que se encienden y apagan frente al espejo
de mi masturbación cada noche que proyecto el caudal del llanto,
llanto de carne y huesos, negativos de fotografías que se pierden en el diluvio de mi sangre,
en mis ojos y labios sedientos.
Todo empieza y termina en ellos, en la piel oculta que mis ojos entierran en el paisaje,
y donde has construído tu morada para la sed.
Has abierto la llave de los ríos que te alza como un Narciso que niega la avidez de Eco
para nunca saciarme.
Tu imperio ha hecho de las ávidas rosas de tu trono, un sudor de tinta
para arrullar a la pluma, mas no ha aliviado la sed de mi piel, de mi abrazo sin rostro,
de mis labios sin brazos, de tu voz enterrada en el sepulcro de lo vivido.
Sed del río, sed de las montañas, sed de las hojas secas,
sed del fuego y de los peces, sed de los muertos,
del infierno y de los copos de nieve, sed de la sed es mi nombre
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