Tu habitación nos protege de la destrucción del mundo
donde la tierra junto con el sol juegan
a comerse en otra habitación circular y sin ventanas.
Nuestras cuatro paredes nos protegen del veneno de las flores olvidadas,
de las piedras que de las banquetas se desprenden para mutilar los caminos,
de las calles sin salida.
Tus cuatro paredes juegan de día a ser sarcófagos
donde la vida oculta en nuestros cuerpos de tierra se renueva,
y se siente más fresca como en un útero en el que nuestros ojos
crecen para cazar los trozos de luz que se esconden bajo las alfombras de la oscuridad.
En la noche son cápsulas en el espacio en las que ninguna palabra ni aliento divino puede penetrar,
y ahí dormimos hasta pisar otros orbes.
Nuestros besos y caricias aterrizan en nuestros cuerpos suspendidos,
mundos errantes que como astros se sostienen en tu habitación tan pequeña para cualquiera,
tan inmensa para mi que al intento de entrar por mis ojos, estos estallan como ese antiguo espejo
que permanece invisible ante todos los rostros, y en los días se mueve por cristales perdidos
que vagan de habitación en habitación de seres extraviados, como tú, como yo,
y cierran las ventanas para que el trino oxidado de los pájaros no libere los miedos.
Tu habitación es un templo selvático donde mi cuerpo expía sus pecados,
donde mi alma hecha de mil alas se pierde, se pierde entre las grietas de las paredes,
donde la luz se rompe y se vuelve beso que canta, un abrazo al que le caben tus entrañas,
una caricia que traspasa todas las celdas de tu voz hasta rozar tu alma.
Tu habitación, ahora que la veo bien, es una sola pared por donde caminamos
como dos gusanos que tejen un capullo, una sola pared de muchos ojos que nos observan
y contienen la humedad de muchos siglos que les pesan en los párpados,
ojos que como las estrellas se contienen de gritar lo que ven.
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