Entre metáforas y electrones

Los nombres de las cosas

Vochol

El Vochol

En Alemania lo bautizaron como KdF- Wagen, en los países de habla inglesa le llamaron Beetle, los franceses le pusieron Coccinnelle y aquí en México nos gustó decirle Vocho. Era un auto al que inmediatamente se le tomaba cariño, había algo abrazable en sus formas redondas, se le veía como un amigo leal, su mirada de faros atentos hacía sentir seguridad. Un vocho amarillo era motivo de moretones en el brazo, al distraído que iba bobeando le tocaba recibir el puñetazo. A partir de 1998 empezó a ser sustituido por el deportivo beetle, sus formas se volvieron menos toscas, de ser un auto para el pueblo pasó a ser para unos cuantos privilegiados, se volvió “fresa” digamos. Se escribe Bocho o Vocho, según lo decida cada quien, y si lo juntamos con la palabra “Huichol”, tendremos, señores y señoras “El Vochol”.

¿Qué es el vochol?. Suena a broma pero es algo real, en el año 2010 se emprendió el proyecto a través del museo de Arte popular en la ciudad de México; 8 artistas huicholes trabajaron durante 7 meses para decorar un vocho por fuera y por dentro, dando como resultado un automóvil rico en los colores, las texturas,  la simbología y las técnicas artesanales de esta comunidad.  A la fecha se sigue presentando en exposiciones internacionales, la idea es que al final se ponga en subasta para el beneficio de los artesanos mexicanos.

 

Wixaritari

En la sierra madre occidental habitan los huicholes. A sí mismos se denominan Wixaritari y siguieron con sus tradiciones y costumbres aún después de la conquista española.  Llaman la atención por sus peregrinaciones al desierto de Real de Catorce, en San Luis Potosí, donde cazan al venado azul en su forma de peyote.

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Actualmente, este desierto (Wirikuta) se encuentra en el foco de compañías mineras extranjeras, quienes estan en disputa con los defensores de esta zona sagrada que además es reserva ecológica natural por su flora y fauna características. Por el momento se ha logrado respetar el lugar, sin embargo, la presión económica por aprovechar este suelo sigue latente.

Imposible resumir en estas líneas todo lo que abarca su historia y cosmovisión. Para el moderno hombre de ciencia, acostumbrado a la documentación precisa, a la verdad objetiva y a las narraciones lógicamente estructuradas, resulta laberíntica la comprensión de sus mitos; con dioses que a la vez son hermanos y abuelos, con venados  que también son el peyote y el maíz, con versiones que cambian según la fuente. Leer sobre los huicholes es perderse en la magia de sus historias y, sobre todo, en la sonoridad de su lenguaje. Llaman Híkuri  al peyote, Kípuri al espíritu, Maraakáme a sus chamanes y Tamátsi Wawatsári a su hermano mayor el venado principal.

 

Pinus Lumholtzii

pinus lumothziiViéndolo de lejos parece un árbol que llora, sus ramas apenas soportando el peso de la tristeza. Tiene hojas flacas y alargadas como colas de lagartija, cuando el viento las empuja se inclinan  todas en armonía. Los hombres de la zona le han llamado pino llorón, pino triste o pino ahuitado, pero los bautizadores de plantas le han puesto Pinus Lumholtzii, en honor al etnógrafo Carl Lumholtz.

Dicho árbol existe solo en México y fue contemplado por este noruego personaje durante su viaje a nuestro país, donde convivió con los indígenas tarahumaras y huicholes. Sus experiencias fueron registradas en su libro México desconocido. De entre los mitos huicholes que recolectó, uno de los más famosos es el siguiente sobre del origen del sol:

Dicen los huicholes que en los principios del tiempo, no había en el mundo más luz que la de la Luna, lo que traía muchos inconvenientes a los hombres. Reuniéronse entonces los principales de ellos para ver la manera de dotar al mundo de mejor luz, y le rogaron a la Luna que les enviase a su único hijo, muchacho cojo y tuerto. Comenzó ella por oponerse, pero consintió al fin. Diéronle al muchacho un vestido de ceremonia, con sandalias, plumas y bolsas para tabaco; lo armaron de arco y flechas, y le pintaron la cara, arrojándolo luego a un horno donde quedó consumido. Pero el muchacho resucitó, corrió por debajo de la tierra, y cinco días después apareció el Sol.

Cuando éste irradió su luz sobre la tierra, todos los animales nocturnos (los jaguares y leones monteses, los lobos, los coyotes, las zorras y las serpientes) se irritaron muchísimo y dispararon flechas contra el astro del día. Su calor era grande y sus deslumbrantes rayos cegaban a los animales nocturnos, obligándolos a retirarse con los ojos cerrados a las cavernas, a los charcos y a los árboles; pero si no hubiera sido por la ardilla y el pitorreal no hubiere podido el Sol completar su primer viaje por el cielo. Éstos fueron los dos únicos animales que lo defendieron; hubieran preferido morir antes que dejar que se diera muerte al Sol, y le pusieron tesgüino en el ocaso para que pudiera pasar. Los jaguares y los lobos los mataron, pero los huicholes ofrecen sacrificios hasta el presente a aquellos héroes y dan a la ardilla el nombre de Padre.

 

Híkuri

peyoteResulta extraño el ritual de cacería del peyote (híkuri) de los huicholes. El peyote es una cactácea. ¿Por qué se tiene que dar cacería a una planta?. Según sus creencias, la planta es también el Venado principal (Tamátsi Wawatsári).

Los chamanes (Maraakáme) son los encargados de buscar a híkuri, sólo ellos tienen la visión, se acercan sigilosos a la planta, como si esta fuera a huir y le lanzan una flecha que le acierte en el corazón.

Uno de los momentos más emotivos del ritual es cuando Maraakáme está por cortar la planta, se agacha junto a ella y extrae plumas que lleva en una canasta sagrada, con ellas barre a Tamátsi Wawatsari para que no se escape su espíritu (kípuri). Entonces habla con híkuri y le pide perdón por matarlo, entre sus palabras le dice que volverá a crecer y por eso lo corta a ras del suelo, dejando la raíz para su renacimiento.

 

Wirikuta

Bajo su piel caliente se escucha un ruido de metales que seduce a los hombres del norte. Quieren abrir la tierra a paletadas, escarbar en nombre de la industria y la modernidad. El asunto es complejo, no es una lucha entre buenos y malos, cada quien es libre de apostarle al que más le convenga. Yo me pronuncio en favor de los locales, quienes han resistido, no sin sacrificio, los embistes extranjeros. Frente a las modernas deidades tecnológicas, los dioses huicholes lucen en desventaja; sin embargo lejos están de darse por vencidos, desde el fondo de la tierra se mantienen a voz infinita, murmurando  los verdaderos nombres de las cosas.

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