Sábado de tormenta
- Para iniciar la lluvia
tres hombres deben ingresar en el bosque sagrado. Ahí, en lo alto de los abetos, el primero de ellos alzará su martillo y lo dejará caer con fuerza sobre un caldero, Puuuum, retumbará el golpe imitando el trueno. El segundo hombre tomará dos hachas encendidas y las entrechocará entre sí, metal contra metal, fuego contra fuego y las chispas imitarán al relámpago. El tercer hombre, “el hacedor de lluvia” tomará una rama, la sumergirá en el agua para después esparcirla en todas las direcciones.
James G. Frazer documentó esta y otras maneras de hacer llover en su libro “la rama dorada”, el cual hace un recorrido por las magias del mundo desde el punto de vista antropológico. Y es que la idea de la magia, llámese como se llame en cada región, ha estado y está presente en el fondo del pensamiento humano. Hoy que el mundo se rige por el poder de la ciencia y la tecnología existe una añoranza por lo místico; “el hombre padece nostalgia de infinito” dijo Octavio Paz, refiriéndose a ello. Ahogados entre dispositivos y certezas, nos seduce fácilmente la belleza de lo esotérico, extrañamos antiguos ritos con la mirada del viejo que, tras haber emigrado del pueblo, contempla con resignación el cielo sucio de la ciudad.
Otra manera de hacer llover es con un experimento sencillo. Sólo necesita una jarra transparente, agua hirviendo, un plato y hielos. Como primer paso se debe vaciar el agua hirviendo en la jarra, lo ideal es llenarla hasta un poco más de la mitad. Después, con la parte inferior del plato se debe tapar la boca de la jarra y esperar de 3 a 5 minutos. Por último se colocan los hielos sobre el plato y, ahora sí, a contemplar la lluvia.
Tal vez le decepcione no ver una tormenta, o siquiera una lluvia persistente; serán apenas unas gotas cayendo sobre la superficie del agua dentro de la jarra, hacer llover en serio es asunto de dioses mayores, pensará. La belleza de la ciencia muchas veces va más allá del impacto a los sentidos, tiene que ver más con su significado y los procesos invisibles: moléculas de agua agitándose, rompiendo sus enlaces, dispersándose en vapor para luego volver a unirse en la condensación y regresar a su anterior estado líquido.
- Para frenar la lluvia
un método es enterrar dos cuchillos cruzados. Desconozco el origen de esta receta, pero a través de las abuelas se ha heredado de generación en generación. La ruta lógica de este método es también imposible de trazar, en algún lugar leí que esto funciona debido a que así se acuchilla, se castiga a la madre naturaleza por su impertinencia de interrumpir algún evento importante. Es una técnica utilizada en bodas, cumpleaños, bautizos, y cualquier otra fiesta de jardín.
Y es que nada preocupa más al anfitrión que la incomodidad de los invitados o, peor aún, que estos no lleguen a causa de la tormenta. He tenido este problema debido a que mi cumpleaños cae en una fecha por lo general lluviosa, he aplicado la técnica de los cuchillos y puedo decir que, de tres veces, dos me ha funcionado, la estadística me indica futuras aplicaciones de la misma.
Este sábado fue uno de los sábados más lluviosos que recuerdo. Durante la madrugada el cielo lloró como Magdalena y por la mañana era imposible cruzar de uno a otro extremo de la ciudad. Facebook se llenó de quejas y fotos de quienes tuvieron que dar media vuelta o pasaron horas detenidos en el tráfico. Llegar a la fiesta de mi prima, quien venía de los Estados Unidos, fue una Odisea para quienes asistimos.
El agua es quisquillosa; como haría un jefe latoso le gusta señalar los mínimos defectos, esos que se ocultan en una primera impresión. Entonces llueve y es como si te dijera apuntando con el dedo: “mira ahí hay una gotera”, “aquí falta un desnivel”, “ahí no había que poner los refrescos”, “las mesas están muy a la orilla”, “el tejado está mal hecho”, “¿Y la lona?”.
En medio del caótico momento recordé los cuchillos. Ante situaciones extremas, medidas extremas. Los enterré en la tierra mojada y en unos minutos dejó de llover. Fue por un tiempo pero nos dio oportunidad de acomodarnos mejor y barrer el agua que ya nos lamía los tobillos. Dos personajes discutieron en mi cabeza en ese instante: al mono racional le pareció una coincidencia que dejará de llover y con ironía desechó la relación; sin embargo, al supersticioso de clóset le quedó la duda, ¿sería posible que…?.
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