De otras dimensiones
1.
Se comienza dibujando un punto, por el extremo de la goma hay que sostener un lápiz y dejar que deposite su inyección de grafito sobre la hoja. Un puntito, lo más pequeño posible, la cabeza del alfiler, el cuerpecito de una araña patona, la tierra vista desde una lejana galaxia. Hablar de un punto es hablar de la dimensión cero, sin largos ni anchos ni profundidad, pero.
Hagamos un zoom, 10x, de apenas un milímetro, ahora el punto mide un centímetro, podemos ver que es una figura con anchura y altura, no tiene una sino dos dimensiones y si se mira al ras de la hoja podemos ver que tiene un grosor, una capa negra sobre la página. De la dimensión cero pasamos a la tercera, sólo había que mirar más de cerca. En esta, nuestra cárcel tridimensional, difícil encontrar imágenes genuinamente planas, quizá en las pantallas (como en esta que lees), las proyecciones y los espejos.
Pero dicen los físicos que no son tres, sino cuatro, no sólo nos movemos en el espacio, también en el tiempo. Para llegar con formalidad a la cita precisamos de cuatro coordenadas: “Nos vemos en mi departamento, se ubica en la calle equis, en el numero ye, en el piso zeta”, “¿a qué hora?”, “ es verdad, falta la hora, la cuarta coordenada”. Pero, algo peculiar sucede con esta dimensión temporal, y es que a diferencia de las otras tres, no podemos movernos en ella con libertad. En el espacio tridimensional, nuestros pasos pueden llevarnos de norte a sur, de este a oeste, de arriba a abajo e inclusive en dirección contraria. Esto no pasa con el tiempo: del pasado sólo tenemos recuerdos, del futuro predicciones.
2.
En Planilandia, una novela de muchas dimensiones (Edwin A. Abbot, 1884) el protagonista es un cuadrado que habita en un mundo plano como una hoja de papel. En tal lugar, las mujeres son líneas rectas; la clase media, triángulos equiláteros; los caballeros y profesionales, cuadrados y los sacerdotes círculos. Al describir su sociedad, el cuadrado nos explica:
Es una ley natural entre nosotros que un hijo varón tenga un lado más que su padre, de modo que cada generación se eleva un escalón en la escala de desarrollo y de nobleza. El hijo de un cuadrado es pues, un pentágono; el hijo de un pentágono, un hexágono; y así sucesivamente.
Llama la atención también la forma de la mujer, una línea recta, lo que supone un peligro para todos, ya que una línea recta en un mundo bidimensional es una aguja de dos puntas que puede herir fácilmente; es por ello que existen leyes especiales para ellas, esta por ejemplo:
Las casas tienen que tener todas una entrada en el lado este exclusiva para las mujeres; todas las mujeres tienen que entrar por ella “de una forma apropiada y respetuosa”, y no por la puerta oeste o de los hombres
Planilandia, novela escrita en el siglo XIX, tiene una clara intención didáctica pero también parece hablar de algo más. Se ha dicho que es una sátira de la puritana y clasista sociedad Victoriana. Así, en el estilo de las distopías de ciencia ficción (Fahrenheit 451, 1984, Los juegos del hambre), esta novela plantea un mundo alterno con rígidas normas que, para ser revolucionado, debe ser visto desde una nueva perspectiva, acaso desde una dimensión superior. En Planilandia, el protagonista es visitado por una esfera, a quien puede mirar a través de cortes. La esfera se eleva y desciende en la nueva dimensión, lo que provoca en el cuadrado asombro y terror, ya que desde su perspectiva lo que observa es una línea que se agranda o empequeñece según el movimiento de su visitante (figura siguiente).
Convencido por la esfera, el cuadrado es guiado hacia un mundo nuevo, el mundo tridimensional, desde el cual su sociedad, antes plana, se ve muy distinta y lo lleva a replantearse toda su organización.
3.
Dice la teoría de cuerdas (una de esas cosas extrañas que se nos ocurren a los humanos cuando nos pega la ambición de querer entenderlo todo) que todo lo existente en este universo es producto de diminutos hilos de energía que vibran a distintos modos (como en una guitarra), cada uno de estos modos representa una cosa distinta. Suena una nota y ahí tenemos a los fotones y la luz, suena otra y he aquí los electrones y la materia, una más y tenemos la fuerza de gravedad… y así sucesivamente. La teoría es atractiva por su elegancia y sus musicales analogías, los defensores se refieren a ella con retórica rimbombante como la sinfonía del cosmos; sin embargo es precisamente en tal impacto estético donde puede sesgarse su estudio, después de todo ¿Qué le importa a la naturaleza ser elegante?
Esta teoría aún es cuestionada por muchos, quienes la emparentan más con una pseudociencia o una filosofía. Y es que tiene algunos problemas. El primero es que dichas cuerdas serían tan pequeñas (billones de veces más pequeñas que un átomo) que no es posible realizar experimentos para comprobar su existencia; el segundo es que, para que funcionen sus ecuaciones, requiere no tres sino seis, no seis sino once dimensiones.
El físico y escritor Brian Greene se ha encargado de divulgar lo anterior en su Universo Elegante, el cual está en libro y documental, en dicha obra resume la historia y ciencia de la teoría de cuerdas. Nos dice el autor que, de esas once dimensiones, cuatro las conocemos, seis son diminutas y arrolladas (en lo personal no las puedo imaginar) y una más, la onceava, permitiría que las otras se estiraran hasta formar una especie de membrana que, con suficiente energía, alcanzaría un tamaño gigantesco, tan grande como el universo. ¿Qué implicación tendría esto último?, algo sumamente interesante: cabría la posibilidad de que nuestro universo fuera tan solo una rebanada entre otras rebanadas; un universo entre otros universos, invisibles y paralelos.
Teoría de cuerdas, Teoría de supercuerdas, teoría M; ha tenido sus evoluciones y variantes. Es excitante pero difícil saber si certera, de tener éxito podría ser la tan ansiada Teoría del Todo buscada por los físicos. Habrá que esperar años, quizá décadas o siglos para saberlo.
4.
Se comienza tomando asiento en la butaca, el olor a palomitas enciende la expectativa, el sonido envolvente focaliza la atención. Hay que colocarse los lentes de simulación 3D y dejar que la pantalla nos engañe con sus historias y sus cuerpos que sobresalen y sus trozos de metal que parecen venir a golpearnos tras la explosión: después del susto instintivo viene la risa colectiva, “qué tontos”, pensamos al unísono; otros más estiran los brazos como queriendo tomar lo que no está. Al salir de la sala, nos envuelve como una red nuestra realidad; nos movemos con soltura como los hábiles protagonistas de un videojuego, atravesando umbrales y pasillos, esquivando muebles y personas, “al espacio-tiempo lo dominamos”, nos decimos con credulidad.
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