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Quería escribir sobre los premios Nobel que fueron anunciados esta semana, resumir el recorrido que llevó a los japoneses a crear la bombilla de LED azul, la cual ayudará enormemente al ahorro de energía mundial; hablarles del gusto que me da que se otorgué el Nobel de física a un trabajo que tendrá repercusiones en la vida cotidiana de las siguientes generaciones. Explicar un poco (lo que sé) sobre los cristales semiconductores y sus propiedades, que han dado al mundo muchas de las innovaciones tecnológicas actuales, a las que se suma esta de producir luz azul a través de un diodo.
Quería mencionar mi desconocimiento sobre la obra de Patrick Modiano, mi desconocimiento de muchos de los ganadores del Nobel en el ámbito literario; preguntarme por qué los autores más laureados son leídos por minorías, hacer un breve análisis del gran distanciamiento entre la alta cultura (no sólo literaria) y la popularidad, si esto obedece a barreras intelectuales, elitistas o de promoción; expresar mi descontento por aquellos a quienes, por motivos políticos, no se les otorgó este premio cuando lo merecía, me refiero a Borges.
Quería explicar lo que entendí sobre los ganadores del Nobel de Química, quienes lograron mejorar la microscopía llevándola a escalas nanométricas, utilizando para ello moléculas fluorescentes; hacer un viaje por la evolución de los microscopios y sus principios básicos de funcionamiento, los límites que se han tenido y cómo, gracias al ingenio de la ciencia, se han podido superar barreras que se creían imposibles de romper, logrando así ver cosas tan pequeñas como moléculas en una célula.
Quería contagiarles mi interés y curiosidad en el trabajo de los ganadores en Medicina, ellos encontraron las células responsables de orientarnos en el espacio, el GPS interno que crea un mapa del espacio a nuestro alrededor, tal descubrimiento con aplicaciones potenciales en tratamiento de enfermedades como el Alzheimer, ya que un problema con dichos pacientes es que se pierden al no reconocer su entorno.
Quería compartirles mi opinión sobre las marchas de los estudiantes del Politécnico Nacional, quienes se oponen a los recientes cambios en su reglamento interno; contarles de mi inicial escepticismo y es que, en un país que poco a poco se va convirtiendo en un adulto gordo y conformista que se queja (eso sí) pero desde su sillón, muchas veces desestimamos la voz y el movimiento de los más jóvenes; resumir los puntos importantes de su pliego petitorio, el cual está redactado con seriedad, mostrar mi satisfacción al enterarme de que su presión va arrinconando a las autoridades.
Quería poetizar con las lunas de esta semana, lunas de octubre que me han acompañado de regreso a casa después del trabajo, brillantes en blanco, en rojo, naranja y amarillo; hablar de los simbolismos que despierta el eclipse, las supersticiones más curiosas, las leyendas más interesantes.
Quería que tales noticias hicieran de este un texto feliz, pero haciendo el zoom México-Guerrero-Iguala-Ayotzinapa, la mirada y el pensamiento no pueden desanclarse de tal geografía. La sangre bulle con las imágenes de la tortura, los ojos se inundan con las mantas y sus frases de reclamo, el vello se eriza con las manifestaciones alrededor del mundo, el estómago se encoge con los testimonios valientes de quienes sobrevivieron, los puños se cierran ante la impunidad y la cobardía de los culpables, la garganta se inflama con las mil preguntas sin respuesta. Porque esto, me atrevo a adivinar, es solo la punta de un iceberg rojo llamado México, un iceberg no de hielo sino de cuerpos y huesos y gritos y denuncias que ya no caben bajo la superficie.
¿Cómo digerir esta impotencia?
Quería evitar el lugar común de promover a la educación, la cultura y las palabras como vacunas contra los males del país; pero son estas mis armas y lo serán.
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