Pensé que llevaba conmigo esa hoja del poema
mas la olvidé en mis desvaríos,
en mi viaje al mundo flotante de mi misma.
Pero cuando veo dos copas en un rincón
como ánforas para los presagios de la lluvia
o como filosos espejos en la mirada de los amantes,
vuelve su canción en versos
y es pájaro de raíces y de papel de árbol.
Iba así el poema que te intento recordar:
Dos copas se miraron y en el agua de la una la otra reflejaba
al ojo de la lluvia del que nacen las cascadas.
Se miraban en la entrega dándose a beber en vinos,
y peces de sus almas en un vuelo de olas entrelazaron sus momentos.
Eran árboles con velos de uvas
y como en un desvestirse dejaban ir en lágrimas sus pétalos rogizos,
se arrullaban en el regazo feroz del viento para romper el cuerpo frágil
y quedar como estrellas en el cielo del mantel,
como las ramas de cristal azotadas por un mismo corazón de locura
en el vértigo de romperse.
Sus almas líquidas en voto de amor desafiaban a la arena fangosa de las tormentas
¡y que torrencial osó tentarlas! pues heridas por el reflejo del rayo sin sombra
abrieron su ser para fundirse en un sólo río.
Y de esos ríos que se hilan en el tiempo me llega el olvido y la memoria.
Tus primeras palabras azules que llovieron del cielo sobre la piel de mis oídos.
Me llega el fuego que se oculta en los templos tras las nubes,
donde el cáliz con las aguas del éter compone las sinfonías de las copas
que en sociedad esperan el resplandor del enamoramiento.
De los ríos que han recorrido tus ojos y buscan la copa de mi pecho
me vienen estos versos para recordar a aquellos tan distantes
como arena sobre las alas de una esfinge.
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