Mientras el mundo vaga por sempiternos laberintos,
galimatías sinuosos e inquietos atropellando a los corazones
que pululan en fortalezas de hierro,
dejo escapar mis sueños en la cima de una torre.
Se enmudeció la ciudad
y solo subsisten los poetas contemplando los limbos,
ávidos apetitos de la imaginación
que bañan de dulzura los deliciosos olvidos.
El céfiro halaga la piel y va, quieto, hacia el Olimpo
donde los dioses se ríen de los palacios férreos,
¡Reclusiones urbanas que ciegan la eternidad de un manto celeste!
Al oeste, se evaporan espectros cristalinos que confunden el mirar.
Diáfanas celajes delineando bailarines de espuma
rozan el azur con sus huellas divinas y ciñen al pulcro Apolo
que entona su majestuoso edén.
Al este flotan apacibles dolores, velos oscuros que sombrean el farol
mientras campanas ofuscadas suenan
estrellando los espejos celestes.
Los gritos deslumbradores se marean en aflicciones grises
y me recuerdan a penas ajenas, aquellos suspiros
que metamorfosean en llanto las oraciones del firmamento.
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