A Hanne Darboven
Lo que dura un pestañeo, milésima.
Ni el espejo al fondo basta
Cállalos que luego se peinan
Silencios que amarran
Pesadez inerte, paralela
Curva de distancias imposibles
Por que no son puertas, son elevadores
Que encierran el deseo
La infortuna de lucrar con el cuerpo
Serpentea la sangre del caliente.
Finalidades que nunca se juntan.
Er, die,
Madchen liest.
Pero, siempre sobra la imagen, se queda lo infastuso, lo que asquea, el hecho
Tieso anhelo por la blanquitud
Rezo insondable, franqueada actitud.
Cuál similutud si usted lee.
Pero telos.
Aquí no hay escenarios.
Hay juegos olvidados
Sin jugar.
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