En memoria de Edén Montalvo Ramos
Ella sabía que nació a la vida para ser adorno de tu sepulcro,
siempre tuvo planeado el encuentro con la mirada en el jardín que custodiaba a la iglesia,
yo supe aquel día que la muerte buscaba a alguien en el rosedal
cuando las campanas proclamaron el veredicto del cielo
y el metal de sus voces se me enterró en los oídos.
Vi a un pájaro picotear el cuello de una flor y chuparse sus pétalos rojos,
la cruz de la iglesia blandía su batuta orquestando al silencio del atrio
y dirigía la suave oración de la rejas,
la mirada negra del ave, el discurso prolongado de la campana
más vieja
me recordaron el día que te arrodillaste ante la catedral para encarar a Dios.
Me acordé de tus devociones, de las palabras que tiempo atrás habías sepultado en mi oídos
y al sentir el coro del templo llamarte supe que todas ellas resucitarían en el juicio final
pero que ya no estarías para oficiar la misa de regresarlas al cielo.
La rosa blanca me eligió entre todos para clavarme su espina
y darme a probar la sangre de tu recuerdo,
cuerpo de pan donde expié los pecados
cuando ella formo tu rostro en su corola
y tu nombre se le escapó en trote hacia mis labios.
Horas después de haberla visto supe que estabas muerto
y que las palabras de tu voz se habían ahogado en el vino de tu cuerpo,
joyas de un barco que busca su ruta en el fondo del mar.
La noche de aquel día tú y tu caja bajaron al Hades,
ibas abrigado con flores hacia el debut de tu vida,
yo no tenía ramos ni guirnaldas de espinas con las que coronar tu martirio,
sólo la rosa blanca que robaron mis ojos,
copa de agua bendita que derramé sobre tu frente.
Marqué en tus labios la cruz que selló las puertas de tus palabras
y te di la bendición con la última plegaría que también bajó contigo
a iluminar el silencio que es muerte.
La rosa blanca cumplió su sino,
el de regresarte a casa como se lo había prometido a la madre tierra,
iba como farol en tu nave vigilando el andar de sus velas y su rocío calmaba tu sed.
Me cuentan que la ha visto sobre tu caja
amarrando sus raíces a tus huesos y el viento la acarície
sobre su lecho,
desdichada rosa que vivió sólo para beberse la última gota de sangre y despojarte de tus fantasmas.
Virgen yace sobre tus cenizas dejándose manosear por la noche,
se seca y cada día desde tu partida se vuelve alimento para las aves,
un xoloitzcuintle me presta sus ojos de vidrio
y puedo ver tus pétalos deshechos, rosa blanca, en el horizonte donde los muertos esperan,
y un esqueleto te sotiene en una mano
y los gusanos vuelan a tu alrededor chupándose tu polen.
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