Vienes de donde la luna regresa después del día,
de ese mundo pálido en el que ella descansa y teje su luz.
Vienes con flores copas que
contienen su agua y con ella pretendes calmar mi sed,
cubrir las grietas de mi desierto.
Llegas desnudo, igual que hace un siglo,
con la misma mirada tan llena y vacía,
llena de recuerdos que caen sobre la mesa, vacía de amor.
¡Que encuentro! Llegas para gritarme que nunca te fuiste,
que siempre brillaste en mi puerta como un sonajero
movido por el viento, con la música anclada a los oídos,
y como en la roca el musgo se expande, así han crecido sus notas,
adentro, sobre el silencio.
Me recuerdas que recoges el polvo de mis pasos,
fantasma que se alimenta de las huellas de los vivos, traes en las manos un regalo,
el eco que crece en los tallos sin flores ni espinas,
que se repite en tu cuerpo abierto
como esperando a que lo calle.
Traes palabras de otro mundo, secas y en puros huesos,
están sentadas en el trono de tus ojos, con cetros y coronas
que huelen a rumbos donde el metal se funda.
Dices que son libres cuando salen por tu boca,
pero aguardas a las mías tan llenas de montañas de sal.
Sientes que mis palabras son de una pócima
capaz de limpiarte de esos viajes por las arenas y los mares.
Siempre vienes como el pez sin memoria
que busca amparo en mi pecera de aire, o como el ave que tras haber cruzado el horizonte
y tocado el sol con sus alas,
regresa con las plumas deshechas a causa del fuego.
Tu voz es un hilo cada vez más fino
que en mi rueca de hilar se rompe.
Los habías extendido por años confiado en que era de
oro, ¡hoy me hablas y me siento tan lejos de tus labios!
Sonríes porque todo está bien,
porque no sabes nada de lo que me surge adentro.
No te importa tener el pecho lleno de las cenizas de
miles de lugares que hasta dormido recorres, mundos que se
destruyen y recrean en el olvido
de los que nunca los hemos visto.
Me dices que la vida es vasta, que puedo desatar mis alas
e ir a cazar semillas flotantes,
que puedo sembrar mi jardín con otras flores,
más lejanas del alcance de mis ojos y dime
¿ qué puedo hacer con las que se me mueren en el cunero de la noche?
Mi vida desde hace mucho pende de la cuerda de un trompo
que danza y cae muerto al piso después de su primera y última
maniobra.
Desde hace algunos siglos nos hemos ido perdiendo
en este viaje, donde los cielos nos separan
y atraviesan como una espada.
Estás aquí, ahora, por este instante
que ya casi es sombra de polvo en mis ojos;
abro la puerta de mis párpados y hallo tierra en el umbral,
solo eso.
¡Oh viajero Siempre huyes de tu destino, de tu jaula de sedas!
Yo tengo el vuelo amputado y aun así siempre he andado en
las estelas que sueltan tus días;
en cada abrir y cerrar de tus ojos
me hallo en el nuevo sendero.
En todas las travesías de tu caminos
he sido la mariposa arrinconada detrás de tu puerta,
ese eco que conduces.
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