Todas las noches la noche se levanta a dar su ronda,
descalza camina por los techos mojando sus pies con nuestro clamor.
A cada paso oculta al mundo bajo sus talones y el mundo queda bajo sus zapatillas
como un melodía que resuena en el polvo.
En cada ronda arrastra al cielo consigo, al cielo que es su larga cola
en el vestido que los seres del firmamento cargan hacia los templos de la calles,
donde poco a poco ella va apagando con su soplo la ventanas como velas.
Sus pasos orquestan al silencio que envuelve con sus ramas a la ciudad,
el silencio que florece en silencio y da vida tras las sombras
y el grillo va amarrado a sus pies como un dije y canta su lamento.
La noche llora por ser ella la enterradora del día, la guardiana de las tinieblas
que yacen ocultas en los faroles.
Se mete por el filo de las puertas con su olor a hielo y perfuma las habitaciones
y enciende con su fuego oscuro a los recuerdos.
Y con los negros guantes que visten sus manos oculta cierra los ojos de las flores muertas
y las vuelve joyas entre sus dedos.
Y a su paso los jardines se deshojan y los árboles la acogen en sus pechos de húmeda tierra.
Cada noche entierra los restos de la luz,
fosiliza los sueños de los que aún siguen por las sendas de la ciudad estatua.
Siembra estrellas que prevalecen ocultas en las alcobas como tesoros
para los que buscan en el insomnio y lleva entre sus brazos a la luna como un bebé
que se alimenta de las plegarias, los deseos y secretos de los hombres.
Anda sobre nuestros párpados disipando los reflejos del sol y lo que nos queda de verdor.
Planta árboles de sombras, incinera sueños que no pueden sostenerse en el telar de las estrellas.
Carboniza las montañas y vierte sus ríos en el horizonte.
Y con cariño viene a besarnos cual madre, a cada uno en la frente
y nos protege de los los miedos engendrados a la luz del día.
Pone su reloj de silencios y misericordiosa y protectora.
Pero tú y yo amor mío la esperamos con los ojos sembrados de lechuzas
que hacen su piel de túneles transparentes y vemos a través de los cerrojos
su cuerpo desnudo, transitamos sus arterias y encendemos su corazón celeste
que nos recibe como una red de fantasmas de amores.
Y las estrellas se abren como cofres de cristal para guardar nuestros besos
y a través de sus espejos vemos los sueños de la eternidad, las piedras rotas de la luz
que como cadáveres y cascarones del sol pueblan los cielos oscuros.
Y nadamos en el llanto del hombre que al amanecer muestra sus huellas sobre el rocío de las flores.
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