“Silencio de la tarde sobre sus pupilas dormidas”
Silencio, hueles a humo rancio,
a sábanas de hospital, a libros somnolientos
cansados de vagar por el abandono,
a restos de comida, de cerveza.
Deambulas por la casa,
buscando tu telaraña de melodías,
das vueltas en el lecho sin encontrar
tus sueños con el vacío mudo.
Te acumulas en los ceniceros,
aúllas como un perro abandonado
por su amo a la mitad del desierto,
tuviste millares de voces que se diseminaron
en la piel del tiempo, hoy solo sueltas espuma por la boca,
como un loco en el olvido de su nombre.
Recorres los marcos de las puertas,
de los espejos, de las ventanas, buscando a que asirte,
te quedas quieto en los rostros como una fotografía
que vislumbra el cutis leproso de la verdades y las mentiras.
Escuchas todo, lo devoras por codicia,
desentrañas los sonidos hasta dejarlos huecos,
eres padre, madre, tío, hermano, primo, gran amigo
de la soledad, hueles a espinas de mar, a coronas de cementerio,
a lápidas de envejecidos epitafios.
Te revuelcas con la soledad por las paredes,
buscando lágrimas con que callar tu sed de gemidos,
de palabras yermas.
Silencio, etéreo, juegas a enceldar
a los guerreros de la garganta
con una ola de humo,
cuando sales de mi boca te satisface
quedarte comprimido en el cigarro,
en mis dedos, te abres paso por las puertas de mi piel,
como un niño sin manos petrificas mi palabras
con tu aliento de muñeco de nieve.
Silencio niño, silencio viejo, construyes castillos de abismos
con tus bloques de palabras que mejor se callan porque no tienen alma.
Silencio que esperas tras la puerta haciendo sonar llaves invisibles,
tropiezas con los rostros de las calles robándote sus voces
para fabricarte una que cante, vives debajo de las losas,
en las ventanas de los árboles, en las cicatrices de las hojas
que mueren callando los secretos de la vida.
Silencio ola, fantasma, nos ahogas sigiloso,
con un leve murmullo que ha andado siglos
por las moradas, las escuelas, las oficinas, los teatros,
donde la gracia del actor te encarna.
Silencio terremoto, nos sepultas como restos de palabras
nunca brotadas del tallo de la voz , te tememos,
porque eres tú el emperador de todos los ruidos y para darles cuerpos tenemos que negociar contigo .
Silencio imbécil, imprudente,
tanto me amenazaste con la soledad,
tanto he comido de tu caldo de pescado,
tanto he olfateado del perfume que
le robas a las flores al morir
que ahora puedo ver tu espectro de cristal,
tu sombra podrida.
Te presiento, te deliro, te palpo con la daga de mi ojos
y aunque interpongas puentes derruidos entre su rostro y el mio
yo te esfumo mil veces.
Aunque arrastres la basura por los siglos de las habitaciones,
aunque lo aceches y lo hundas y me dejes
solo ver las huellas de tu abismo y tan lejos nos separes,
en caminos sin ecos, en cuartos sin ventanas donde te coronas ante
tu pueblo silencioso, eres un cobarde.
No me importa que tu niebla no me deje retenerlo
en el portal de los espejos
que se me derrumban adentro,
donde te observas con tu vestido de cenizas,
aunque los empañes con tu fétido aliento
de silencios y decapites a mis quimeras,
su olor, su voz me atraviesan los huesos y me dibujan la sangre.
Aunque seas el dueño de las estrellas y encadenes
al crepúsculo y seas la torre que se derrumba sobre nuestros labios,
el momento de un reloj eterno en el vértice de los segundos,
en el que nos vuelves un cordero que devoras en secreto,
y tu abrazo sea un gran trozo de hilo que me habita por dentro,
su voz se enraíza a mi oídos como un árbol a punto de nacer.
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