Esta es una de tantas historias que se suceden día a día.
Marianito, ese era su nombre –actualmente Mariano-, fue un niño que si bien no nació en cuna de oro si gozó de una vida acomodada. Su padre era un ávido coleccionista de libros – que además los leía-, poseedor de una amplia cultura y su madre una consumada concertista. Así que Marianito creció en medio de un selecto ambiente desarrollando plenamente su intelecto.
No es de extrañar que en la escuela fuera el que hacía las tareas de sus compañeros, a cambio de algo, ya fuera una torta planchada, un juguete o un beso de Lupita. Hasta inmunidad obtenía como muestra de agradecimiento, como en el caso de la pandilla del gañancete del Burbuja. Todo era fruto de sus capacidades, se servía de su cerebro.
Ya como Mariano consiguió un empleo bien remunerado como corrector de estilo para un importante periódico. Y ahí fue donde comenzó su desgracia.
No había día en el que, implacable, no regresara los trabajos de cada uno de sus compañeros por el mínimo detalle. Y así una, dos o más veces. Esto, por supuesto, le ganó la inmediata enemistad de toda la plana de reporteros y corresponsales. Sin embargo no hubiera llegado más allá si no se hubiera metido con el editor en jefe, que por cierto, era cuñado del director del diario.
Después de armar tremendo culebrón, Mariano fue despedido, no sin ser boletinado a todo el gremio, puesto que el susodicho director del pasquín era el presidente nacional de la asociación periodística.
Fuera del entripado Mariano decidió probar suerte en el ámbito publicitario, donde cobró protagonismo como redactor de textos y guiones, con su consabida dosis de envidias por parte de sus nuevos compañeros.
La calidad de su trabajo era tal que sus campañas ganaron numerosos premios internacionales. Y aquí es donde se escribe otra tragedia.
Un buen día nuestro héroe descubre que todos sus trabajos eran inscritos a concurso con el nombre del director de la agencia como autor, por lo que pretendiendo defender su obra, preso de la ira, entre reclamos y a punto de llegar a los golpes, al final fue despedido en medio de las burlas de todo el personal. Lo peor es que su jefe era presidente de la asociación nacional de agencias de publicidad y primo del anterior empleador de Mariano, por lo que de inmediato, todas las puertas le fueron cerradas.
Sin dejarse vencer, decidió comenzar una nueva vida en un apacible pueblito en algún rincón alejado, muy alejado, del país.
El primer obstáculo fue hacer entender en que consistía su profesión. Las damas de la Vela Perpetua de la iglesia del lugar lo tacharon de hereje por nombrarse creativo. –“Solo Dios nuestro Señor es el que creó los cielos y la tierra” decían. Y buscó otra alternativa.
El hacerse llamar copywriter tampoco funcionó. No era ser un copista, como los monjes medievales, ni ser copión, o copear como decían (“Yo ni tomo…”). Ni siquiera la oferta de hacerles los trabajos a los niños en edad escolar a cambio de algo sirvió. En primera, porque no había escuela en el pueblo, en segunda porque el único trabajo que hacían los niños era el del campo y en tercera porque no tenían nada que darle a cambio.
El tiempo transcurría sin resultados y en un último esfuerzo, con sus muchas esperanzas y sus pocos ahorros, mandó imprimir unas tarjetas de presentación en donde puso su nombre, debajo la palabra SESOSERVIDOR y su número telefónico. – “Después de todo eso es lo que soy. Un hombre que trabaja con su cerebro, sus sesos, y lo pone al servicio de quien lo requiera.”
Las semanas se sucedían y nadie lo llamaba, quizás porque tampoco había teléfono en el lugar, y la desesperación consumía, física y mentalmente, a Mariano.
Cuando el esqueleto sucio y desarrapado en el que se había convertido pensó en ponerle fin a su existencia sucedió el milagro.
Se trataba de doña Alba, la regordeta propietaria de un bar de mala muerte localizado en el poblado vecino. Sin darle tiempo a decirle mucho Mariano corrió a la cita acordada. Conforme iba llegando se empezó a cuestionar el porqué de la hora fijada y más en casa de la susodicha. Al llegar y tocar la puerta se encontró con la dama de marras, envuelta en una bata transparente que nada cubría sus abundantes carnes. Horrorizado, el esqueleto de Mariano puso pies en polvorosa.
A la mañana siguiente, una nueva llamada. Esta vez una voz misteriosa y amanerada quería encontrarse con el escritor y discutir sus honorarios.
Se trataba de Neto, el hermano del presidente municipal, el cual, avergonzado de sus preferencias lo mantenía oculto y alejado de todos no sin proveerle los recursos económicos necesarios para llevar una vida disipada y con lujos.
Cuando lo escuchó, Mariano no podía dar crédito. Por una parte, lo mal entendida que era su profesión de sesoservidor y por otra, lo que era capaz de hacer un individuo de su mismo género. Estaba a punto de irse cuando Neto abrió ante sus ojos un portafolio lleno de billetes.
Mariano olvidó sus sueños de grandeza y tan solo pensó en su rugir de tripas y la alopecia galopante que había desarrollado. Su si fué inmediato.
Ese mismo lunes regresó a casa de doña Alba. Escuchó sus proposiciones y la bolsa llena de dinero que puso frente a él tuvo el mismo efecto.
Seis meses han pasado desde entonces. Mariano se ve rebosante de salud. Su cabello apenas denota un pequeño claro en la coronilla, su cuenta bancaria, o sea, los billetes metidos a fuerza dentro de su colchón le permiten llevar una vida como nunca se hubiera imaginado. Ha comprado tierras y propiedades a pasto y sus cultivos le reditúan una bonita cantidad extra. Y todo esto tan solo por llevar un poco de felicidad a quien lo necesite…
Por cierto, se dice que Mariano hizo imprimir varios millares de tarjetas de presentación, solo que en esta ocasión su profesión no presenta errores ortográficos.
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