Tu reflejo es la herida en la lágrima,
la llaga abierta en las aguas del corazón,
en sus charcos atesorados donde el fluir
de las corrientes canta hacia las orillas.
Es ahí tu reflejo una lanza que abre al aire,
una llave hija del fuego que guía hacia la luz
mis palabras y revela y responde preguntas.
Tu reflejo es lo que pienso de ti cuando recuerdo
mi propio reflejo vagando por tus ojos;
es la opacidad del amor forjado en los vientre de mordaces cristales,
es niño de cenizas que se esparce y yergue para sembrar sus restos en mi mundo de espejos.
Es niño de cenizas que crece en marcos viejos,
son restos de espejos, polvo de cristales sobre los antiguos cuadros de mis rostros.
Destellos de tu reflejo en la lágrima,
lo que queda en el corazón, puños de arena cristalina cerrada como manos,
destellos y despojos de un hombre de espuma, de un río de aflicción,
un hombre con dolor de aguas tartamudas descifrando mensajes
que solo las noches deletrean.
Tu reflejo, alma de mi lágrima, imagen fugaz que desde su interior la enciende
la muerte chispiante del amor, llama de dolor al contemplarse a sí misma en su irremediable agonía.
¿Qué será de ti después de la sepultura de esta lágrima?
La única entre millones que ya han liberado su aliento, y que persiste en su brillo nocturno
aullando a la luna, la que guarda tu recuerdo al final de los portales y debajo de una losa
donde duerme el fuego acuático del llanto, de donde surgen las luces que trazan los caminos del corazón.
Tu espejo se seca, se pierde en los callosos pies de la noche
que recorrido desde antaño los reinos de mi cuerpo.
Aún siento tu mejilla acariciar mis pestañas,
tus manos sin forma extraen mi último rocío del sentir,
el deseo de aquellos días que el pasado en su regazo consuela.
Soplan los recuerdos sobre el rehilete gris del tiempo,
y te reconstruyes en sus láguidos rostros,
hombre de vidirio, manantial que abre sus páginas
sobre el cansancio de mi piel, santuario del reflejo
que ha aprendido a contemplarse en su muerte.
Tu reflejo es instante en la eterna noche, suspiro de una llama en despedida
y que me habita, mirada que arde en el cielo, ilumina y parte sin avivar con sus rituales
fétidos amaneceres.
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