La realidad te chupa la humedad por eso se agrieta la piel y te salen arrugas.
El polvo que sale de los pagos y pagos nublan la visión curiosa, bizca, y entrometida para fijarla en números y más números, por eso cuando crecemos necesitamos usar anteojos.
La risa acaramelada y expansiva provocada por las cosquillas, un mago o un payaso va cayendo en pozos oscos, agrietados que trasminan todo lo ágil, lo fresco, lo rosa, cuando las desilusiones y los abusos dejan de hacer mutis y nos saludan.
“Pero, al que escandalice a uno de estos pequeños, más le vale le cuelguen al cuello una de esas piedras y le hundan en lo profundo del mar.”
Dejamos de creer en lo imposible, lo posible, lo probable y los cambios, cuando agujeran nuestra capacidad de asombro a cada rato y a cada metro cúbico.
¿Quién me guardará mi frescura, mi risa, mi curiosidad cuando crezca para que no se vayan al pozo? Si nadie se ofrece, yo misma las sacrificaré, o, las guardaré en mi cajita musical de bailarina, y por instantes la sacaré a pasear… uno que otro martes.
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