En el año en que vivió el último rey en el Himalaya, la tierra era un caos, no había orden, ni compasión. Pero un día el rey hizo una buena obra y Dios le dio un regalo: unos papiros de material extraño que contenía toda la sabiduría del planeta compactada. Estaba entre otras cosas, cómo incrementar la capacidad de la mente, decía cómo desentrañar el misterio de la matemática para resolver cualquier problema, había referencias precisas sobre la genética pura y sus aplicaciones, la construcción de alta tecnología para la tele trasportación, y en el último apartado se describía lo que le pasaría a la humanidad si se aplicara todo eso para el mal: guerra, destrucción, muerte. Viendo esto, el soberano lo encerró en una bolsa de un material muy resistente parecido al cuero, y lo puso en una cueva, por la cual no se transitaba.
El gobernante aplicó lo bueno del libro y su reino prosperó hasta que murió y uno de sus dos hijos mellizos tomo posesión del reino, cosa que no le pareció a su hermano, y le hizo la guerra. Ambos sabían que si encontraban los papiros podían ganarle a su rival. Se pusieron a buscarlos, pero lo único que encontraron fue la muerte a causa de la pelea del uno contra el otro. Y como el pueblo estaba dividido por su culpa, se exterminaron entre ellos, no quedó rastro ni de costumbres, idioma, o ubicación de ese pueblo, fue una destrucción total.
En el año 2012 una compañía internacional de ventas por multinivel llamada Administration promovió sus ya célebres viajes para sus socios que lograran llegar a la puntuación fijada; esta vez fue al Himalaya. Entre los mexicanos ganadores fueron dos señoras con sus respectivos maridos: Aristarco y Tomás Telésforo, el Aris y el Tóteles. Con poca cultura sobre el clima frío extremo, la ropa para cubrirse les era insuficiente. Al llegar allá, los dos charlaban
–Mire compa Aris este canijo frío ya no lo aguanto, y eso que vengo como tamal oaxaqueño, no me puedo ni mover de tanto trapo que traigo, yo me voy a esa que parece cuevita, cuando decidan irse, me habla.
–No compa Tóteles, no ve que nos dijeron que no nos alejáramos, solo nos tomáramos las fotos y ya.
–Pues usted dirá misa, pero yo me voy pa lla.
–Como quiera compa, pero entonces yo también voy, pues total para que nos tomamos las fotos, ni nos vemos, solo puros sarapes. Pero se ve allí rete oscuro, alumbre con la lamparita a ver si hay donde sentarse.
–Hasta allá se ve algo para sentarse, yo ya no aguanto las piernas; este viaje más que premio, parece castigo… Para acabar este asiento se mueve, casi me caigo.
–Tenga cuidado compa, déjeme ver, está flojo, está un poco apretado, pero a mí nada se me resiste, ya va saliendo, es algo como morralito.
–Pues tómelo y vámonos.
Los compadres dignamente acomodados en el avión que los traería a México hablan.
–Qué vamos hacer con estos como papeles que vienen en el morralito.
— Guárdelos compa, no sea que nos los quieran robar, vamos a empeñarlos o a venderlos, ya ve que venimos muy gastados.
–Sí compa, cuando lleguemos vamos a ver a don Beto, para que nos diga cómo cuanto nos pueden dar en el empeño, o en dónde los podemos vender.
–No compa, no ve que también a él le debemos, ya ve que nos prestó para comprar las chamarras y todo eso que decía ahí, en el papel que nos dieron para ir al viaje y mejor nos lo gastamos en … ya sabe en qué.
–Sí compa Tóteles, usted siempre tiene la razón.
Ya en la ciudad de México, fueron los compadres a una casa de empeño, con una cara de entusiasmo que chocó frenéticamente con la actitud del valuador de la ventanilla que ni caso les hizo. Se fueron entonces a la UNAM y al llegar a una de sus puertas y no saber explicar a qué iban y con quien querían hablar, el vigilante no los dejó pasar. Ya visiblemente cansados, se sientan en una banca de un parque y dialogan.
–Que le parece, compa, si los hacemos papalotes y los vendemos, total, se ve como transparente su papel, pero, mire esta resistente, además los garabatitos se ven bonitos, y así sacamos algo.
–Buena idea, compa Tóteles, como siempre usted sabe qué hacer.
Unas horas después pasaban un agradable momento con sus familias divirtiéndose pegando miles de años de sabiduría y sacrificios de guerra a unos palitos de carrizo. Y Tóteles comentaba orgulloso a sus hijos: niños, cuando sean grandes, sean como mi compa Aris y yo que sabemos ganar dinero. Al otro día se dispusieron a vender sus papalotes; después de una suculenta venta se fueron la familia de Aris y de Tóteles a ver el mero clásico: América contra Chivas, pasando una tarde inolvidable.
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