Espera su ración de huellas en la arena y no basta pues su hambre es voráz,
no importa cuantas ofrendas hagamos al año para calmar su sed de ríos,
no importa cuantas marcas nos quitemos de la piel para sacrificio de su apetito
eterno en olas que llevan y traen los restos de soles y de lunas.
No importa cuantas de nuestras cicatrices se consuman con sus dientes de coral,
muchos días han caído en su red de algas sin dejar memoria de sus pasos
y rugirán perdiéndose en sus entrañas y huesos de ciudades y barcos nunca nombrados.
El mar tiene muchas fauces y rostros enmascarados de agua dulce
que vigilan detrás de su faros, el no tiene preferencias de manjares y son sus dientes las sirenas.
Rocas, troncos, aves, estrellas, cada cosa cae por igual en su noche.
Perderse en él es perderse para siempre, es no querer regresar de su fondo
donde los barcos y los seres se guían por reflejos de estrellas y faroles muertos.
Oscuridad de islas y susurros de letanías son sus rostros y cabellos y la espuma es su saliva.
No importa cuantos de tus ojos de niños, de jóvenes o de ancianos colecciones para darles
pues los escupe como escupe al alba y a la noche que en su corazón anidan.
Él se llevará el aroma y la voz para arrullarse en el insonnio de quienes lo contemplan.
Tú bajo su hipnosis fuiste a él en un día cualquiera que pudo ser ayer, hoy o mañana
y con su reloj de instantes reclamó tu nombre.
No importaron las lágrimas que me arranqué mientras estrangulaba al corazón,
o las risas que dejé ir como peces al fondo de su ser.
Tú fuiste al él, hacia sus entrañas sin mirar nuestro sacrifio de fuego que besaba las heridas.
No importa si les das tus alas o las alas de las lágrimas
o la huella de los pasos o si les ofrendas las risas aun por nacer,
el te arrastrará a su fondo como barcos que cargaron sueños,
como ciudades de esqueletos, como un tesoro de estrellas
cual monedas con las que la luna compra por una noche más su derecho al trono.
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