Espejo, ojo de vidrio de la pared
observa en el resplandor de su sombra sobre la puerta,
nos muestra el rostro del pasado y del futuro,
nos vigila saboreando con el filo de su lengua nuestros ojos dormidos.
No tiene nada que hacer sino robarnos pestañas, dientes de león que hecha a la caldera de la noche,
guiña su ojo único al reflejo del cuarto.
Pasa su mano cirstalina y sus genitales de agua cuando nos observa entrelzar los cuerpos.
Recuerda o cree que recuerda algún reflejo humano, a aquella que se detuvo a observarlo desde su balcón.
Imagina al mar que nunca ha visto
y una de sus lágrimas pasa por el filtro de la luz y se imprime en la pared.
Espejo, palo de lluvia que hace sonar mis ojos al contemplarlo
como si fuera un túnel hacia mi propia noche,
esa que es un carruselle de estrellas donde canto, silbo y juego
y olvido en cada ronda mis reflejos de la niñez
Espejo, ojo de luz en el llano de la oscuridad,
lacrimoso ojo que llora nuestros rostros
y es ahí donde puedo verme y reflejar el bello cuerpo de mis lágrimas
y la lerprosa piel de mi soledad.
Espejo, ojo de río,
de ahí surgimos, tú, yo, y ahí vamos para olvidarnos
Navegamos hacia él cada noche en las barcas de nuestros sueños
para perdernos en el doble del amor, para perdernos en su pupila sin memoria,
para extraviar a nuestros nombres en el camino de la voz.
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