El hombre gato me invita a merodear por su mirada,
me invita a recorrer los tendederos de las azoteas
donde las almas cuelgan sus penas, sus sueños.
Me seduce a seguirlo por los escalones de la luna,
donde está el conejo, el hoyo y los secretos de Alicia
hundidos en su llanto.
El hombre gato tiene una flauta que hipnotiza a los ratones
escondidos en mi piel ,
con su música activa mis articulaciones,
mi circulación y me pone en cuatro patas
a cazar roedores fugaces y libélulas galácticas.
Cuando la ciudad descansa en el silencio vencedor
sobre el ajetreo del día,
el hombre gato desde los agujeros del techo
me lanza sus ojos, botellas al mar que aprisionan caracoles,
me flecha con un zarpazo,
me monta en su lomo y huimos del carrusel nocturno.
Nos perdemos en las zotehuelas, en el estambre de las nubes,
sus ronroneos me drogan el dolor
y sucumbo a su piel que me envuelve los pies de terciopelo.
Nos metemos debajo de la cama y desentrañamos
algún deseo extraviado,
se toma la leche que mis pechos le ofrecen
ante la amenaza de sus dientes de sable
y me muerde los dedos,
succiona coágulos de mi sangre
y le sale una mancha roja en el pecho.
Me envuelve, me amarra a su cola como a un canario,
me mece y apunto de comerme me acaricia su lengua,
me da a beber del agua verde de sus fosas visuales,
su boca es un pozo que me contempla y refleja como luna de fuego
que muerde, lo quema y escupe cual pelusa incandescente.
El hombre gato y yo tenemos un secreto
que maullamos sobre las sábanas blancas que las aves
presas en la ciudad cuelgan en los tendederos.
En la transparencia de las sábanas imprimimos la huella
de nuestras garras húmedas por el agua de la luna
y antes de que pueda gritar el secreto al amanecer,
me clava los colmillos,
le regalo el último aliento
con el que se acurruca y duerme,
extasiado de vida.
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