Muere una hormiga y todas sus hermanas, tías, padres, vecinas y primas
vienen por ella, recogen su cuerpo destrozado por la furia de los gigantes.
Orando se van y guían su fúnebre andar con la luz de la azúcar y la sal esparcidas.
Silenciosas, cabisbajas recuerdan con solemnidad la furia de su hermana
que desafió molinos de viento humano para obtener el pan y el agua.
La lloran y en fina hilera dejan la huella de su llanto diminuto antes de internarse
en los túneles de la tierra y la muerte a donde los gigantes no pueden llegar
ni descubrir la grandeza de su reino que alberga relámpagos desterrados.
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