En la novela Gringo Viejo Carlos Fuentes utiliza el tema de la identidad del cual se derivan otros como la patria, los orígenes, la religión y la otredad. Con una prosa cargada de imágenes simbolicas, nos transporta a un universo entre lo real y lo onírico, entre la ficción y la historia. Nos da una óptica al pensamiento gringo y al nuestro, de la cual el mexicano contemporáneo puede sacar bastante provecho. Como escritor uno puede aprender mucho de la obra de Carlos Fuentes y me alegra mucho que este libro haya caido en mis manos. Ahora, para ustedes la siguiente entrega del Diccionario del Diablo, diccionario escrito por Ambroce Pierce, el gringo viejo en el que se inspiró nuestro compatriota Carlos Fuentes. Que la disfruten.
Centauro, s. Miembro de una raza de individuos que existió antes de que la división del trabajo alcanzara su grado actual de diferenciación, y que obedecían a la primitiva máxima económica: “A cada hombre su propio caballo”. El mejor fue Quirón, que unía la sabiduría y las virtudes del caballo a la rapidez del hombre.
Cerbero, s. El perro guardián del Hades, que custodia su entrada, no se sabe contra quién, puesto que todo el mundo, tarde o temprano, debe franquearla, y nadie deseaba forzarla. Es sabido que Cerbero tuvo tres cabezas, pero algunos poetas le atribuyeron hasta un centenar. El profesor Graybill, cuyo erudito y profundo conocimiento del griego da a su opinión un peso enorme, ha promediado todas esas cifras, llegando a la conclusión de que Cerbero tuvo veintisiete cabezas; juicio que sería decisivo si el profesor Graybill hubiera sabido: a) algo de perros y b) algo de aritmética.
Cerdo, s. “Uniformado, el hijo predilecto de la Iglesia que se lava la negra dentadura con el agua bendita y toma clases de inglés y democracia, las paredes invisibles, las máscaras podridas que dividen al hombre de los hombres, al hombre de sí mismo, se derrumban por un instante inmenso y vislumbramos nuestra unidad perdida, el desamparo que es ser hombres, la gloria que es ser hombres y compartir el pan, el sol, la muerte, el olvidado asombro de estar vivos” (fragmento del poema Piedra de Sol de O. Paz)
Cerebro, s. Aparato con que pensamos que pensamos. En nuestra civilización y bajo nuestra forma de gobierno, el cerebro es tan apreciado que se recompensa a quien lo posee eximiéndolo de las preocupaciones del poder.
Cetro, s. Bastón de mando de un rey, signo y símbolo de su autoridad. Originariamente era una maza con que el soberano reprendía a su bufón y vetaba las medidas ministeriales, rompiendo los huesos a sus proponentes.
Cínico, s. Miserable persona cuya defectuosa vista le hace ver las cosas como son y no como debieran ser. Los escitas acostumbran arrancar los ojos a los cínicos para mejorarles la visión.
Circo, s. Lugar desde donde antes se permitía a los caballos, “ponies” , tigres y elefantes contemplar a los hombres, mujeres y niños en su papel de tontos.
Clérigo, s. Hombre que se encarga de administrar negocios espirituales ajenos, para favorecer sus negocios temporales.
Clio, s. Una de las Nueve Musas. La función de Clio era presidir la Historia. Lo hizo con gran dignidad. Muchos de los ciudadanos prominentes de Atenas ocuparon asientos en el estrado cuando hablaban los señores Jenofonte, Herodoto y otros oradores populares.
Cobarde, adj. Dícese del que en una emergencia peligrosa piensa con las piernas.
Cociente, s. Número que expresa la cantidad de veces que una suma de dinero perteneciente a una persona está contenida en el bolsillo de la otra; la cifra exacta depende de la capacidad del bolsillo.
Col, s. Legumbre familiar comestible, similar en tamaño e inteligencia a la cabeza de un hombre. La col deriva su nombre del príncipe Colius, que al subir al trono nombró por decreto un Supremo Consejo Imperial formado por los ministros del gabinete anterior y por las coles del jardín real. Cada vez que una medida política de Su Majestad fracasaba rotundamente, se anunciaba con toda solemnidad que varios miembros del Supremo Consejo habían sido decapitados, y con esto se acallaban las murmuraciones de los súbditos.
Cola, s. Parte del espinazo de un animal que ha trascendido sus limitaciones naturales para llevar una existencia independiente en un mundo propio. Salvo en el estado fetal, el hombre carece de cola, privación cuya conciencia hereditaria se manifiesta en los faldones de la levita masculina y la “cola” del vestido femenino, así como en una tendencia a adornar esa parte de su vestimenta donde debería estar — indudablemente estuvo alguna vez– la cola. Esta tendencia es más observable en la hembra de la especie, en quien ese sentimiento ancestral es fuerte y persistente. Los hombres coludos que describe Lord Monboddo son, según se cree ahora, el producto de una imaginación extraordinariamente susceptible a influencias generadas en la edad dorada de nuestro pasado piteco.
Comer, v. i. Antiguo arte de saborear bien la comida, oler la comida, tocar la comida, masticarla, digerirla y digerirla como divina. Entre los antiguos mexicanos, el fruto que se daba en la riqueza del espacio se consideraba divino, un regalo de algo divino.
Comercio, s. — Salvación de los avispados.
— Especie de transacción en que A roba a B los bienes de C, y en compensación B sustrae del bolsillo de D dinero perteneciente a E.
Comestible, adj. Dícese de lo que es bueno para comer, y fácil de digerir, como un gusano para un sapo, un sapo para una víbora, una víbora para un cerdo, un cerdo para un hombre, y un hombre para un gusano.
Complacer, v. t. Establecer los cimientos para una superestructura de imposiciones.
Cómplice, s. El que con pleno conocimiento de causa se asocia al crimen de otro; como un abogado que defiende a un criminal, sabiéndolo culpable. Este punto de vista no ha merecido hasta ahora la aprobación de los abogados, porque nadie les ofreció honorarios para que lo aprobaran.
Comprometido, adj. Provisto de un aro en el tobillo para sujetar a la cadena y los grilletes.
Compromiso, s. Arreglo de intereses en conflicto, que da a cada adversario la satisfacción de pensar que ha conseguido lo que no debió conseguir, y que no le han despojado de nada salvo lo que en justicia le correspondía.
Compulsión, s. La elocuencia del poder.
Conferencista, s. Alguien que le pone a usted la mano en su bolsillo, la lengua en su oído, y la fe en su subconciente. (originalmente Bierce escribió paciencia, pero creo que la fe de los conferencistas se basa en el subconsciente de las personas)
Confidente, s. Aquél a quien A confía los secretos de B, que le fueron confiados por C.
Confort, s. Estado de ánimo producido por la contemplación de la desgracia ajena.
Congratulaciones, s. Cortesía de la envidia.
Congreso, s. Grupo de hombres y en su minoría mujeres que se reúnen para abrogar y adaptar las leyes en base a otras leyes las cuales algunas no están tácitamente escritas porque no se pueden escribir pero que todos sabemos.
Conocedor, s. Especialista que sabe todo acerca de algo, y nada acerca de lo demás. Se cuenta de un viejo ebrio que resultó gravemente herido en un choque de trenes; para revivirlo, le vertieron un poco de vino sobre los labios. “Pauillac, 1873”, murmuró, y expiró.
Para terminar me gustaría compartir esta línea dentro la página 14 de Gringo Viejo:
” Hay una frontera que sólo nos atrevemos a cruzar de noche — había dicho el gringo viejo—: la frontera de nuestra diferencia con los demás, de nuestros combates con nosotros mismos”
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