El Día

I

El día despierta en tus ojos, trémulo se abre a su propia luz reflejada en el cielo.

Aún está mojado de estrellas y en sus pestañas trae enredado el sueño de la noche,

la promesa del amanecer.

Como un niño lleno de vida cae del columpio de tus manos y veloz se levanta

de heridas para entregarse al camino de las horas.

Recorre, palpa y escudriña los rincones de la casa.

Se asombra ante los cambios de su luz que crece hasta transmutarse en viejo polvo

en la garganta del pájaro que escribe la música del tiempo y trina sin descanso.

Reconoce nuestra piel, una a una sus criaturas, sus desiertos, sus jardines,

bosques, lagos, mansiones, castillos, montañas, llanuras,

todo ese mundo que invisible se evapora en la línea que nos conduce a la hoguera del sol,

el sol, su pelota favorita con la que se deila y juega bajo la cama.

A veces, su juego es esconderse de nosotros, va gateando cual potrillo

que se adentra en los campos de la libertad y cuando agarra brío y se posee,

corre veloz por las praderas de nuestros beso

Come todo lo que encuentra y se entrega a cada nube que roza sus labios.

Día pequeño, niño nuestro que se nos entrega colmado de amor en la mañana.

Cura las alas del pájaro oscuro y en la noche danza y se va en risas y bailes

con el pájaro de la incandescencia que esculpe estrellas con la huellas de sus dedos.

El día se duerme en tu ojos amor mío.

Despacito y trémulo se abre a su propia luna aún mojado de rocío

y en sus pestañas lleva enredado los pétalos rojos de la mañana.

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