Habló sereno el poeta ermitaño;
dijo cuál era el bien que más quería,
mas su respuesta nadie la infería,
nada antes nombrado, ni todo junto
algo más le pidió;
fue como realizar un exhumo
de los demonios en el escritor.
“Has llegado con eminente hedor
señor descarnado, yo te presumo,
no preciso algo de lo antes hablado,
busco algo que en el pasado tenía,
deslealmente se fue a otra parte
con toda mi cordura.
Ahora lo quiero tener enfrente,
tú, gran rostro quebrado, ente malvado,
si puedes cumplirme una fantasía
te firmaré ese pacto de cederte
mi alma sin protesta o inconveniente,
resistiendo que la uses como paño,
mientras cumplas lo que mi mente ansía.
Desde hace ya algún tiempo
padece de mucho dolor mi cuerpo,
soy acosado por alguien difunto
y sigo ligado al amor de antaño,
en interminable duelo sufría,
sólo caía, añoraba y moría,
hasta el día presente aún no repunto,
mi pluma ya nunca nada escribió,
cada verso se esfumo.
Devorador de carne, gran dador,
de la sangre insaciable mamador,
con este pedido yo no te abrumo,
quiero tener de vuelta al ser amado
y poder escribir mi poesía;
al hacerlo, tú deberás cambiarte
transformarte y adoptar su figura
a mi lado quedarte,
ante mis ojos siempre disfrazado,
con su mente y cuerpo, de noche y día;
la finalidad es el transformarte
y que te vuelvas ella eternamente,
así seré feliz como en antaño,
cuando aún siendo cómplices oponía,
con gritos o con lamentos de infarto,
a mi fiel pasatiempo,
que ella lo odiaba y renegaba tanto,
pero que me hacía más bien que daño,
amado, creaba con osadía,
con esa sensación de alevosía,
de hacer oculto, poesía al gusto.”
El señor de lo oscuro meditó,
emanando fétido y hediondo humo,
olor calcinador,
habló con su tono intimidador,
conducido por su sed de consumo
cedió a las condiciones del tratado,
su petición la realizaría,
como su compañía hasta la muerte,
siendo para su tristeza la cura,
así obteniendo su alma legalmente,
siempre estará atrapado.
Utilizando la necromancía
el gran señor y dueño de la muerte
balbuceó al aire blasfemamente,
abrió la penumbra con un araño,
del cuerpo una pestilencia emitía,
de sus huesudas manos salió un lampo,
utilizando un hipnótico tempo
explicó cada punto,
el deber con que venía aledaño,
sólo con sangre el pacto sellaría.
ya terminada la palabrería
y con movimiento bastante abrupto
el amo del inframundo pegó,
el poeta cayó con gran aplomo.
Despertó todo repleto en sudor,
fijo en su comedor,
en sopor miró un humeante pomo,
roto, con el contenido regado,
el poeta dudaba qué creía,
su cuerpo pálido aún se hallaba inerte
y fue cuando apareció una figura.
era ella su amor, tan resplandeciente,
exclamándole “he vuelto a tu lado.”
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