Estoy indigestada de truenos,
cargo viento,piedras, llanto, fuego y tierra
en el saco de esta aplomada espalda.
Mi canto omnipresente se rompe en los charcos
y mi cola de dragón deambula por la soledad de las calles.
Siento el dolor de las legiones de los ángeles y demonios,
soy ese dolor eterno y vagabundo que lamenta el día de la creación.
Soy los ríos del cielo que arrastran hacia la tierra los desechos
angelicales, ese cantar de Dios que fluye por la vida.
Dios, eterno amante, el que espera la rendición de sus hijos en el exilio .
Soy toda de luz con diamantes de sombra, mis dedos iluminan
repentinamente con un rayo que se mete por los huesos de los transeúntes.
Mis pies mojados transitan los corazones
apagando y devorando el fuego de la pasión.
Desato el atribulado frenesí del frío que llega como una queja de arriba.
Libero a las tinieblas prisioneras de los párpados.
Todos se ocultan a mi paso y huyen de mi aroma a tierra,
perfume de cementerios removidos.
Todos me apartan porque reparto los pecados de los dioses
pero también traigo el fruto de la cosecha y la rama multicolor
que como un camino nos conduce al gozo del firmamento.
Amo a la tierra, la beso una y otra vez en los sueños,
es mi inmortalidad preñada en los campos que reverdecen.
Viajo y mi camino es largo como el de la vida,
y al final de mi jornada Dios guardará los restos de mis gotas
en su bóveda de espectros.
No escogí ser la explosión que recorre las alcantarillas
rescatando los desperdicios del mundo.
No elegí ser clamor y pensamiento divino, ni el grito perpetuo de los
astros, ni el mensaje que se pierde en el tiempo porque el hombre me ahuyenta.
Quería ser el lunar de la luz, pero se me otorgó la vejez del día y el reflejo del encierro.
Soy el clamor del desvarío, siempre vagando y en ese constante amor por los días y las noches
al final
comparto el lecho con las dos estrellas que imperan en el cielo.
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