Me paro diariamente frente al abismo de cristal,
condena sin fin para mi expiación en el tumultuoso juicio de la vida,
veo cada día en su umbral oscuro como mi cuerpo se deshoja,
como el viento se ha llevado las ramas de mis ojos,
y mi mundo interno se hace pequeño
y huye a un nido hacia el que no encuentro rastro.
Me percato que he madurado lo suficiente
como para cargar en la espalda la cenizas de este mundo
que no deja de transformarse en su capullo de piedras
pero por dentro cada vez me hago más chica
y termino por esconderme debajo de la mesa de mi corazón,
casa improvisada que la tormenta acecha como lobo feroz.
A diario el abismo me muestra los páramos
que se han abierto en mi piel hacia mi boca, mis ojos, silenciosos
y cada noche me vuelvo un fantasma atrapado en las sábanas de mis cabellos
y en las paredes de mi rostro.
Quién puede hablarme desde ahí con sus tenebrosos dientes de vidrio,
y ojos tan asustados como los míos por el influjo secreto de la marea nocturna.
Qué mar herido y encerrado en si mismo, con olas de silencio puede asomarse
tras ese rectángulo cristalino que me observa.
Cada día el abismo despliega sus miradas de soledad,
nombra a la nada y vuelvo a meterme por mi boca en busca de luz,
eterna lucha con ese hueco, con esa puerta en la pared hacia mi misma,
acantilado, mariposa de vidrio negro
que nace y muere en la rosa del vacío.
Frente al abismo de cristal se entablan audiciones,
juicios y mis párpados como campanas anuncian la condena
y mis lágrimas hacia si misma se vuelven peldaños para llegar al
trono del sentenciado,
yo, quién más que yo una y otra vez en lucha con mi sombra.
El abismo se bebe mi rostro, mis palabras,
yo me trago el dolor para darle salvación
en algún lugar seguro de mi alma
para el que cada vez encuentro menos caminos.
No hay escalones, ni siquiera una columna flotante
a la que asirme, nada tengo en esa noche perenne del cristal,
noche para la que mi imagen es estatua con ojos de cemento
con labios de mausoleo.
Todo me lo ha confinado el abismo,
nada tengo, sólo rutas en mi rostro hacia el alma
para esconderme asida a mis gritos.
Embestida mi alma está de notas agudas,
de palabras sin cuerpo que el abismo canta
aprisionado en su jaula de cristal.
Silencio, la noche me ha abierto su armario,
me contemplo en su ojo de luna,
el cielo se refleja en mí, exhausto y arrugado,
nada tengo, asida estoy a las huellas borrosas de los pájaros,
al eco de la última palabra pronunciada por Dios hace eras.
Nada soy ante la roca trabajada con el cincel de la vida,
ni yo misma, parte intrínseca de ese abismo donde el tiempo se transforma y se observa
y se guarda en su boca como un diente.
Nada soy, quizá ilusión que cree estar viva
y se teje con los hilos dorados de la respiración.
Nada, nada tengo, sólo espirales de aire.
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