Las pestañas abren su abanico y observan el curso de la vida,
como nace y muere la ciudad en el humo de su imaginación,
como los corazones pausan sus sentimientos,
los insectos se esconden tras la luz de los focos
y más allá de la ciudad los animales también esperan a que trascurran
las horas en las que Dios crea cosas inexistentes.
Las pestañas cierran su abanico y en el ocaso de los días todo se vuelve agua,
el agua que con sus secretos se aglomera en los ojos y el tedio nos envuelve en espinas.
Duerman, nos dice el sueño, duerman, nos dice en espirales.
Son días que se le escapan al calendario de la luna,
que se pierden y nos pierden, son días sin voz ni lengua,
como niños que se le escapan a la abuela tiempo.
Se desprenden en masa del taller de los ángeles
donde se crean los fenómenos y caen varias a la tierra varias veces al año
y nos invaden retrsando el curso de la risa.
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