Hay días que traen consigo las aguas del mar,
fosiles de caracoles que se aglomeran en las puertas de las casas
como esperando a ser descubiertos en la brisa de espuma,
esos días se te meten por los ojos, por la nariz, por los huesos
y hacen de arena el llanto, las palabras y los besos.
Son días que no te despiertan, porque cargan un sol de piedra
que empujan hasta la noche, donde el cielo como un gran horno
los espera.
Son dias páramos donde uno duerme y sueña,
las mariposas se arropan en las flores escondiendose del aire,
no nacen niños, ni muere nadie, tambien duerme el cielo
bajo su lluvia, allá, en su propio firmamento.
Esos días nadie los espera, llegan sin dar avisos.
uno los siente por su olor a sal, por su eco de silencios
que detienen los recuerdos, nadie habla, sólo esperan a que
llegue el otro día.
Las ojos abren su abanico y observan el curso de la vida,
como nace y muere la ciudad en el humo de su incineración,
como los corazones pausan sus sentimientos.
Los insectos se esconden tras la luz de los focos y
más allá de la ciudad los animales tambien esperan a que ocurran
las 24 horas en las que Dios creas cosas inexistentes.
Los ojos cierran su abanico y en el ocaso de esos días
todo se vuelve agua, la linfa con sus secretos
se acumula en todos los párpados, el tedio nos envuelve en espinas
¡Duerman! nos dice, en el sueño de los espirales.
Estos días se le escapan al calendario de la luna,
se pierden y nos pierden, son días sin lengua, sin oídos,
niños que se le escapan a la vejez del tiempo.
Se desprenden en masa del laboratorio de los ángeles,
son fenómenos que se dan varias veces al año,
caen sobre nosotros retrasando nuestro mundo.
¡Al final de esos días Dios manda un artefacto nuevo!
Despertamos y seguimos automatizados,
sin darnos cuenta que existieron.
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