I
Las perlas nacen de los ojos del mar
de esa mirada seductora que se agita tras el abanico de olas
o el abanico que se ancla a la arena ocultando las miradas grises de la piedra.
Nacen bañadas en sol recitando el canto de las ninfas por los ojos
y sostienen atadas a su piel el cordón umbilical del mar,
los secretos del universo en su llanto flotan,
en sus miradas blancas descansa la cabeza del sol.
Algunas provenientes de las islas de arena de la boca de los peces
atesoran en sus corazones la olvidada melodía del origen,
Intenta romper una perla y morirá la canción adentro
propagando sus notas por los huesos de nácar
pero intenta aprisionarla y eso será fácil
El mar abre su abanico de encajes azules y las luce en su rostro
dormidas como niñas en su cuna pero rápido las expulsa
porque le duelen en los ojos, le estorban en la lengua.
El mar cierra su abanico y ellas asustadas se camuflan cual estrellas en el cielo de la arena.
Llega el pescador de perlas atravesando la noche en el barco de sus ojos
y con delicadas pupilas las rescata de las cenizas del agua sobre la arena.
Trágico destino el de las perlas que extrañan al amar y tejen eternamente el lamento de la madre
que escupe del corazón a sus hijos.
Lloran en el intento de extender sus luminosas sombras
hasta el horizonte, pecho de su madre,
se miran en el gua y su reflejo se rompe en el espejo negro de las olas que las desconoce.
Se despiden y van a beber del agua estacanda en la mano del pescador,
único destino marcado por la brújula de las olas.
Llega el pescador de perlas que vende uvas blancas del mar para que pidamos un deseo
y lloremos recordando
Intenta aprisionar a la perla y será fácil, ponla en la cadena interminable
que luce la vida en su cuello torcido,
amárrala a la silla eléctrica de un a sortija,
engánchala al cabello de una virgen o una mujerzuela,
da lo mismo, ella sabrá amoldar el brillo que la luna abuela le heredó
Trágico destino de la perla al traficante del mar
perla triste que no pudo olvidar al océano
aún cuando está prisionera en las raíces de hierro de mi corazón.
II
Me inyectaste perlas blancas en los ojos y un deseo pedí con cada pestaña aperlada
que cayó y se enredó en las sortijas de tus manos.
Me diste de comer perlas rojas descarnadas de las piedras de tus labios
y dos deseos pedí al beber la vigorosa espuma de tu boca, tercer ojo del agua.
Me enterraste perlas azules en los oídos, se perdieron en su oleaje ensordecedor
y tres deseos pedí cuando sólo escuchar tu nombre.
Una perla amarilla enredaste al cabello de mi nariz hasta que respiré tu piel
y cuatro deseos pedí cuando tu cuerpo de arena se hundió en mis dedos de cristal
contando el llanto del mar .
Perlas negras hundiste en mi sangre con el aroma a rocío de tus manos,
con la luz de tus ojos de ocaso,
perlas que viajan hacia el centro de mi pecho en un torbellino de vida negra teñida de ti.
Corres por mi cuerpo, perla prisionera que cantas desde la jaula oxidada del corazón,
lamento del mar cuando te aferras a mis venas y sus túneles de angustia,
finos hilos con los que fabrico el largo e inrompible collar de perlas con las que junto un recuerdo roto.
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