Fuimos tréboles del mismo árbol en el jardín celeste.
Relámpagos se adentraron en su cuerpo y caímos desprendidos
y de sus ramas abrazados hacia el río de la vida láctea.
Y rocas lumisosas fueron lecho para una nueva etapa.
Entramos en la boca de las estrellas y expulsadas de su saliva
seguimos cayendo, traspasando los ropajes del universo.
Nos encontramos con el rostro del mar y vimos que no era nuestro padre.
El viento nos prestó su lomo y conocimos a los árboles terrestres
mas no hallamos espacio en sus ramas ni en sus dientes de semillas podridas.
Tantas hojas y ninguna brindó morada.
Volamos para olvidar la raíz flotante en el mar del espacio,
engendramos hijos de tres hojas con las leyes inscritas.
La sangre de los ángeles fluye por nuestros tallos y a gotas la vamos vertiendo
en las manos destinadas a encontrarse.
Hace tiempo que nos hemos perdido entre la tierra, los intrincados caminos de la lluvia
y la brisa ya no es brújula celeste.
A veces alguna Catarina camina por mi espalda y me recuerda que existes
en los espejos de los charcos y que a nuestro árbol lo ves pequeño
como un punto parpadeante en la distancia.
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